Desde el punto de vista cristiano las realidades de este mundo tienen un valor a la vez provisional y perenne. No cabe duda que la creencia en el carácter provisional y transitorio de todo lo de este mundo influyó en los primeros cristianos, e incluso, en tiempos más recientes, una de las acusaciones del marxismo ha sido que, preocupados por el más allá, los cristianos hemos olvidado o no tenido en cuenta el valor y la importancia del mundo presente.
La excesiva acentuación de lo provisional es negativa, viéndose San Pablo obligado a dar una seria llamada de atención: "El que no quiera trabajar, que no coma"(2 Tes 3,10). Se tiene que dar en nosotros el sentido de la responsabilidad, que nos sitúa frente a la exigencia moral que nos prohibe ser parásitos, exigiéndonos amar a Dios y obrar con respecto a nuestro prójimo con justicia y misericordia, ya que estamos todos empeñados en la transformación del mundo.
La esperanza tiene desde luego consecuencias inmediatas para el comportamiento moral, porque el hombre está condicionado y motivado, y no en último término, por lo que piensa alcanzar. La dimensión de la esperanza actúa, de una u otra forma, en todas las concepciones filosóficas y en todas las aspiraciones humanas.
En efecto, nuestro horizonte no es sólo la salvación del alma, sino que la salvación forma parte de un conjunto más amplio en el que se incluye, primero, la resurrección de nuestro cuerpo y luego, una misteriosa transformación del universo temporal (Rom 8,19-23; 2 P 3,13). Para Pablo la esperanza es la actitud que mejor define la totalidad de la existencia cristiana, estando por supuesto en Ãntima conexión con la fe.
Por esto todo trabajo humano adquiere cierto valor de eternidad, a condición que se ordene a la redención del hombre, es decir a sustituir en el universo el reino del egoÃsmo por el de la caridad. Pensemos, al llegar a este punto, los problemas que hoy nos plantea la EcologÃa, poniéndonos en guardia contra la posible destrucción del medio ambiente. Por todo ello la esperanza auténtica en un mundo futuro, lejos de anular el interés del cristiano por las realidades terrestres, hacen de éstas un deber apremiante, porque animados por la caridad de Cristo, tenemos la misión de poner el universo por medio del trabajo al servicio de la caridad.
Además no hay que olvidar el enraizamiento del Nuevo en el Antiguo Testamento. Ahora bien, en el Antiguo Testamento la salvación de Yahvé tiene una fuerte dimensión temporal. El desplazamiento del acento en el Nuevo Testamento hacia la conversión interior como condición para la salvación divina, deja sin embargo intacta la necesaria dimensión temporal de la salvación cristiana.
Con la venida de Cristo se han iniciado unas nuevas relaciones entre Dios y los hombres, relaciones que suponen nuestra fe en el Reino de Dios que ha venido ya, pero que todavÃa no ha alcanzado su plenitud, y cuya realización exige por nuestra parte un esfuerzo constante de conversión.
Esta presencia salvÃfica de Cristo entre nosotros tiene "desde ahora" una doble expresión: a) Cristo "Palabra del Padre" renueva todas las cosas por su EspÃritu, mediante la proclamación de la Palabra por la predicación. Lo que Jesús enseña a sus discÃpulos fluye de su propio corazón, de su relación con el Padre celestial, de la certeza inmediata de su unión con Él, que tiene como consecuencia una confianza ilimitada e inconmovible; b) Cristo, que realizó la obra de la salvación muriendo y resucitan¬do, se hace eficazmente presente entre nosotros como Salvador mediante los sacramentos, que actualizan su Obra, es decir su muerte y resurrección salvadoras. No estamos por tanto aislados y separados de Dios, sino que nos encontramos con la experiencia de que Cristo va acompañándonos en nuestro caminar hacia el Reino.