Se acercan dos significativos aniversarios de Benedicto XVI, su 85 cumpleaños y el séptimo de pontificado. Es un momento de balances. Siguiendo una línea de brevedad, aquí van dos puntos que me parecen significativos.
Una de las características más sorprendentes del pontificado de Benedicto XVI es que “entra” hasta el fondo de los problemas, los aborda, no los deja pasar aunque sean incómodos. Lo hemos visto, por citar solo algunos ejemplos, con el caso Maciel, con los seguidores de Lefebvre, con los casos de abusos, con las relaciones con el islam, con los anglicanos, con la trasparencia económica, e incluso –la semana pasada- con los sacerdotes austriacos contestatarios. El Papa toma el toro por los cuernos y se expone en primera persona. Digo que es sorprendente porque son pocos los líderes que arriesgan tanto. A veces su función de gobierno se ha visto deslucida por meteduras de pata (o peor) de algunos de sus colaboradores. Y en otras ocasiones se le ha dejado sólo ante el peligro (o al menos así lo vi yo).
El segundo rasgo que define su pontificado, desde mi punto de vista, es su tono positivo. Si uno lee lo que dice y escribe, se da cuenta de que para el Papa el catolicismo no es un cúmulo de prohibiciones, sino una opción radicalmente positiva. El mismo afirma, en el libro-entrevista “Luz del mundo”, que su toda su vida de sacerdote, de teólogo, de obispo y ahora de Papa ha tenido como único objetivo difundir la alegría cristiana. En su magistral vertiente de maestro que no aburre, Benedicto XVI pasará sin duda a la historia. El problema es que, a veces, lo que dice está rodeado de tal “ruido” -polémicas y distorsiones- que resulta difícil escucharle en "versión original".
El Papa es hoy una de las pocas personas que dicen a los hombres de nuestro tiempo lo que necesitan saber. Y lo hace sin humillar ni –valga el juego de palabras- “pontificar”. Quizás sea esta una de las razones por las que su magisterio suscita cada vez más interés entre intelectuales no católicos. Y para los católicos, lo que busca es colocarlos delante de Jesús de Nazareth, a quien no por coincidencia ha dedicado el que será -muy pobablemente- su último libro (publicado en tres partes).
www.laiglesiaenlaprensa.com