En los países que durante mucho tiempo han seguido siendo católicos, como España e Italia, la propaganda de los masones en el poder siempre ha atribuido toda forma de mal gobierno al pecado original de no haberse convertido a las luces de la modernidad luterana.
Se trata de un reflejo condicionado. Siempre, venga o no venga a cuento, incluso fuera de plazo -cuando en Europa el protestantismo ya prácticamente se ha extinguido-, hay que alabar la Reforma y mostrar las tristes consecuencias de la Contrarreforma.
La última perla filo-luterana nos la ofrece El País en un artículo publicado el 19 de mayo y firmado por Víctor Lapuente. El periodista compara las sabias disposiciones adoptadas por los gobiernos nórdicos de tradición luterana con las adoptadas por España e Italia, que, como es sabido, rechazaron el protestantismo.
¿En qué se habrían distinguido los países nórdicos? En un mayor respeto hacia sus ciudadanos, claramente evidenciado en su gestión de la crisis del coronavirus. “En los [países] protestantes, los Gobiernos confían en sus ciudadanos; en los católicos, los confinan”. En Italia y España “los adultos son tratados como niños inconscientes y los niños, como adultos peligrosos, recluyéndolos severamente en casa”. Ésta es la conclusión: el protestantismo “posee una característica -la fe en los demás- que no es divina, sino la más humana de las virtudes. En eso, todos podemos ser protestantes”.
Pasemos por alto la cháchara sobre la supuesta confianza del mundo protestante en las personas. Lutero otorgó un poder absoluto a los príncipes, los únicos libres por definición, sometiendo al pobre pueblo ignorante a una obediencia ciega a ellos. Obediencia ciega y además santa, por ser querida expresamente por Dios. Por no hablar de Calvino, quien enviaba a los pastores a inspeccionar incluso las casas particulares para controlar que los “libres” calvinistas no se entregasen al lujo, al juego o al baile. Un régimen policial en toda regla.
Y, sin embargo, las consideraciones de Lapuente ofrecen un punto de reflexión interesante. Porque ciertamente es curioso que Italia haya decretado un bloqueo total de la vida civil como no se ha hecho en ninguna otra nación (salvo China). El confinamiento de estos meses, además del final de la libertas Ecclesiae con la sujeción total del poder espiritual al temporal, ha supuesto algunas consecuencias obvias: consumo disparado de alcohol y droga, pornografía y violencia (feminicidios) y relaciones personales sometidas a tensiones muy violentas. Cuando se piensa que las organizaciones financiadas por Soros y Rockefeller se han marcado el secular objetivo masónico de acabar con la familia precisamente gracias al confinamiento del coronavirus, viene a la cabeza una hipótesis distinta a la de Lapuente.
Es sabido que los italianos, justo gracias al catolicismo, somos bastante individualistas, en el sentido de que apreciamos mucho nuestra libertad y no nos postramos demasiado (como lo alemanes, por ejemplo) ante las decisiones de los políticos de turno.
¿Es demasiado suponer la hipótesis de que la reclusión decretada por el gobierno italiano ha tenido como un objetivo colateral reducir a un pueblo demasiado individualista a una obediencia más dispuesta y supina al poder de turno?
El final de la civilización católica, el final de la esperanza en la Resurrección, han dejado el terreno libre a quienes utilizan sin escrúpulos el terror a la muerte.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana bajo el título: Lockdown, una "punizione" per l'Italia cattolica [El confinamiento, un "castigo" para la Italia católica].
Angela Pellicciari es historiadora y autora de La verdad sobre Lutero y Una historia de la Iglesia.
Traducción de Carmelo López-Arias.