Este viernes se ha estrenado en un puñado de cines una simpática película. La vida de una persona entregada a los necesitados, sobre todo a los niños abandonados, en una época de crisis, como la actual, y en una ciudad en crisis, también como muchas de nuestra época. No se hablaba de crisis económica, prima de riesgo, crisis de la deuda, pero la pobreza era patente, incluso en una ciudad de la importancia de Roma. No sabían de sindicatos, manifestaciones y sucesivos enfrentamientos, como hemos visto en Barcelona, pero el pillaje, el robo y la corrupción de las clases altas eran de plena actualidad.
El mismo año que nuestra querida Teresa de Ávila, nacía en Florencia el protagonista de esta película, llamado familiarmente Pippo, Filipo. La iglesia, que daba estabilidad a los tiempos precedentes, también se encuentra en crisis. Está germinando el cisma de Lutero, con sus circunstancias religiosas, buenas y malas, y sus tensiones políticas. Movimientos de contra reforma, purificación, renovación e incluso rigorismo espiritual y desprecio del “vulgo” se mezclan con una sociedad medieval que está muriendo y un renacimiento que está impregnando todo.
En estos años, también de grandes misioneros que viajan a evangelizar las Indias, las supuestas y las reales, uno de esos aspirantes a misionero se tuvo que quedar en Roma. No hay sitio para más; y ahí descubrió una misión igual de importante, pero entre los niños de la calle, pobres, gitanos, abandonados. Felipe Neri es su nombre, aunque ha sido bautizado con muchos apelativos: "El santo de la alegría", "el juglar de Dios", "el segundo apóstol de Roma", "Pippo el bueno":
La película, fiel a la biografía de este gran santo, resume su vida en una frase: “Prefiero el paraíso”, y va dando pinceladas de esta motivación vital, en sintonía plena con la vivencia del paraíso alegre aquí en la tierra. Ante la infancia olvidada y necesitada, Filipo les regala su sonrisa, su alegría, sus cantos y bailes. ¿Por qué estar contra la alegría? Una de las escenas más conmovedoras se desarrolla frente al Papa de la época, en un solemne encuentro con Filipo y sus niños, rodeado de la seriedad y frialdad de la nobleza eclesiástica de la época. Después de interpretar una canción en latín (ante el Papa se debía cantar en latín), explota la alegría y espontaneidad de los niños. ¿Está reñida la alegría, el canto, y el baile con la fe?
Esta alegría no está exenta de trabajos, momentos en los que ve la espada amenazadora a pocos centímetros. “Pdid, explica a sus niños, y recibiréis”. Aunque a renglón seguido, y después de una negativa al pedir unas manzanas, aclara “No siempre funciona”. Sin embargo, en lugar de una manzana, recibió mucho más.
Uno de sus chicos, ya joven, optó por seguir la carrera eclesiástica. Y Felipe Neri sólo le repitió, a cada uno de sus proyectos: ¿Y después qué? Obispo, Cardenal… Fruto de la educación que le dio el P. Filipo, de su valía, y de algún enchufe, es nombrado obispo (príncipe episcopal) de una rica diócesis de Francia. Desde allí, acomodado y con bienes abundantes, reconoce a su padre espiritual: “Nada me ha hecho más feliz que la caricia de un gitano y tu sonrisa”. Sonreír es gratis, pero cuánto bien reparte.
Podríamos decir que es un adelanto de la pascua, un ejemplo más de alguien que, de modo desinteresado, dio su vida por los hombres de su época, Alguien que amó a todos hasta el extremo.