Jesucristo nos anunció: “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”(Jn 8,32), frase que nuestro relativista y positivista exjefe del Gobierno se permitió cambiar por la de “la libertad os hará verdaderos”. Ahora bien, ¿cómo conocer la verdad? A esto responde el propio Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,5) Para conocer la Verdad necesitamos conocer a Jesús, y para ello necesitamos la oración, la Revelación y el Magisterio de la Iglesia, que es, no lo olvidemos, el Cuerpo Místico de Cristo.
A mí me gusta comparar la enseñanza y el Magisterio de la Iglesia con una amplia carretera cuyo destino final es Jesucristo. Y como en toda carretera, si es de dirección única, podemos ir por el centro, pero también por la derecha o por la izquierda, sin que nuestro objetivo final se vea en peligro, cosa que en cambio sí sucede cuando nos escoramos demasiado a la derecha (extrema derecha), o a la izquierda, (extrema izquierda). Por supuesto que para evitar estos dos peligros nuestra mentalidad ha de ser sentirnos sacerdotes de Jesucristo y de su Iglesia, y darnos cuenta que, si actuamos como sacerdotes católicos, la pregunta que nos hacen los fieles es: ¿qué dice la Iglesia sobre este punto?, y no ¿qué dices tú sobre este punto?. Al fiel lo que le interesa es lo que dice la Iglesia, no lo que digo yo o cualquier otro sacerdote.
La fidelidad a Jesucristo y a su evangelio obliga a seguir atentamente la evolución de los tiempos, con objeto de dar la respuesta religiosa adecuada a los problemas actuales. Hay gente que como el Concilio Vaticano II no definió nada dogmáticamente, pasan de sus enseñanzas, lo que deja de ser un insulto a la inteligencia tanto del Espíritu Santo como de los Obispos, pues suponer que más de dos mil quinientos obispos puedan reunirse durante cuatro años, para no sacar nada en claro, me parece excesivamente fuerte. Simplemente invito a la relectura o lectura de los textos conciliares, para aprovechar las riquezas allí contenidas. E invito lo mismo a leer los discursos de Benedicto XVI y tantos otros documentos magisteriales, para que comprendamos que la postura del inmovilismo no sólo no lleva a ninguna parte, sino que es sencillamente estúpida y conlleva una grave infracción de la obligación que tenemos los sacerdotes, como casi todos en sus respectivas profesiones, de procurar estar con nuestros estudios al día. Éste es el problema de lo que podríamos llamar la extrema derecha religiosa: haber perdido el tren de la Historia. Los sacerdotes no debemos descuidar la actualización teológica, porque lo contrario es desastroso para la enseñanza doctrinal y la actualización teológica.
El problema de la extrema izquierda teológica es, por supuesto, el contrario. Han caído en un radicalismo que no tiene en cuenta el valor de la continuidad y de la tradición de la Iglesia, pensando por ejemplo que ni Trento ni el Vaticano I tienen nada que decirnos, pero en cambio se han quedado anclados en mayo del 68. La fidelidad a la Iglesia supone obediencia al Magisterio, y en consecuencia al Concilio Vaticano II y a sus documentos, sin reservas que los cercenen, pero también sin arbitrariedades que los desfiguren. Es gente mucho más propensa a seguir lo que digan los partidos políticos de izquierda, que las enseñanzas de la Iglesia. Y en esta línea tengo ante mí un artículo de Juan José Tamayo titulado: “La eutanasia, ¿opción cristiana?”, y que defiende precisamente esa tesis.