¿Cuál es la razón de que un Papa con casi 85 años, de salud frágil y una dolorosa artrosis al 50% en su pierna derecha inicie un fatigoso viaje a México y Cuba? Desde luego, hay razones "oficiales": el bicentenario de la independencia de México y el 400º aniversario del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Pero, naturalmente, hay otras motivaciones también evidentes. La primera es que en Iberoamérica vive casi la mitad de los católicos de todo el mundo. Y al norte del Río Grande, en Estados Unidos, se concentra otra muchedumbre de hispanos en "constante crecimiento", que se calcula que en 20 años configurarán la mitad de los católicos de la primera potencia mundial.
Con este viaje, Benedicto XVI, como se ha dicho, "paga una deuda pendiente" con la América Hispana, la que habla la lengua más utilizada por los católicos del mundo entero, y con la que aún no había tenido contacto formal. En fin, es una demostración más de que el Papa Ratzinger no es tan eurocéntrico como algunos piensan.
Su estrategia de "diálogo con todos" (en sus 23 viajes internacionales ha visitado los cinco continentes) encontrará una buena piedra de toque en ese laboratorio que es la América hispana, amenazada tanto por el sincretismo religioso como por las oleadas de relativismo que le llegan del "Viejo Mundo". Desde luego, no falta quien ve "oscuras motivaciones políticas" en el viaje a Cuba y México. Pero resulta irónico pensar que Benedicto XVI esté, por un lado, echando una mano a los comunistas hermanos Castro (como opina un sector de la disidencia cubana) y, por otro, apoyando al conservador PAN de Felipe Calderón, con ribetes de partido democristiano mexicano (como sostiene alguna izquierda mexicana).
Más lógico es pensar que su motivación prioritaria es reavivar la tradición católica de los pueblos latinoamericanos, lanzando desde México (91,89% de bautizados en la Iglesia católica) y Cuba (60,19%) un mensaje de esperanza para el continente que, junto con China, marcará el futuro de la humanidad. Ciertamente, su viaje coincide con un aterrador aumento de la violencia en México y una situación de tránsito político en Cuba. Y así como los viajes de Juan Pablo II a México contribuyeron a una apertura de los derechos (en especial, el de libertad religiosa), y la estancia en Cuba convirtió a la Iglesia católica en la gran impulsora de la liberación de presos políticos, es razonable pensar que el de Benedicto XVI tenga también efectos colaterales. Por ejemplo, en la violencia que mueve al narcotráfico. Como toda violencia tiene su base en un vacío ético. Es natural que el Papa la fustigue desde criterios éticos basados en la fe. Al igual que esa otra violencia estructural -pero que anida como un monstruo en el corazón de personas de carne y hueso- que impulsa la pobreza y la discriminación. De hecho, nada más pisar tierra mexicana ha lanzado una seria condena contra todo tipo de violencia, pidiendo por los que "sufren resentimiento y formas de coacción". Pensemos ahora en Cuba, relacionándola con el pacífico derrumbamiento del comunismo en los países del Este. Cuando a Juan Pablo II se le preguntaba por su colaboración en ese asombroso tránsito sin víctimas del totalitarismo a la democracia, solía contestar que su comportamiento en este proceso fue siempre el de quien siente la responsabilidad del Evangelio.
Y añadía: "lo que ocurre es que el Evangelio contiene muchos principios de orden socio-moral y de derechos humanos". No es descabellado pensar -desde esa perspectiva- que el viaje de Benedicto XVI a Cuba abone un terreno que facilite también una transición pacífica en la era post-Castro. De momento, en México, parte del cártel de la droga ha anunciado un "alto el fuego" durante la visita. En Cuba, los Castro han autorizado la entrada en el país de más de un millar de disidentes de Miami que quieren ver al Papa. Algo es algo.
Rafael Navarro-Valls es catedrático y académico-secretario general de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.
El Mundo