Como era de temer, la izquierda, toda la izquierda (socialistas, izquierdas republicanas, incluso comunistas y ácratas que no votan...), tras perder los primeros estrepitosamente las últimas elecciones, y las anteriores locales y autonómicas, han optado por lo único que saben hacer tras las derrotas, alborotar el gallinero de la calle. Es lo suyo, lo llevan en la masa de la sangre, en sus genes, por eso no debemos sorprendernos de las provocaciones, algaradas y manifestaciones que estamos padeciendo ahora. Pero no sorprenderse no significa que no debamos tomar nota de ello ni dejar de condenar los excesos.
La actitud levantisca y a veces violenta, propia de partidos y sectores que sólo respetan la democracia si les favorece, arranca de sus mismos orígenes marxistas, anarquistas o masónicos. Recordemos, a ellos que tanto les gusta la memoria histórica, algunos hechos y episodios protagonizados por los ancestros de esta tropa de ahora siempre airada. Ya en 1910, el “Abuelo”, diputado en el Congreso, dijo que su partido –el PSOE, entonces de reciente fundación- “luchará en la legalidad mientras pueda y saldrá de ella mientras deba”, añadiendo que “para evitar que Maura suba al poder debe llegarse hasta el atentado personal”. En agosto de 1917, la UGT convocó, junto con la CNT, aunque ambos sindicatos se llevaban a matar, una huelga general revolucionaria, coincidiendo con el proceso revolucionario soviético en Rusia, que se saldó con un centenar de muertos.
PSOE-UGT participaron activamente en la proclamación fraudulenta de la II República sacando sus gentes a la calle, tras perder en las urnas las elecciones municipales del 12 de abril 1931. Las algaradas y manifestaciones callejeras, fomentadas por las logias masónica, propiciaron el golpe de Estado de salón que puso en fuga al Rey y el asalto al poder del Comité Revolucionario, del que formaban parte Largo Caballero y “don Inda”, o sea, Indalecio Prieto.
Tras perder las elecciones de noviembre de 1933 a manos de la derecha católica de Gil Robles y el centro de Lerroux, los socialistas, con Izquierda Republicana de Companys, empezaron a maquinar para derribar por la fuerza al gobierno legítimo del único partido republicano histórico de aquella república sin republicanos ni demócratas. La conspiración desembocó en la sangrienta Revolución de Octubre de 1934, también conocida como la Revolución de Asturias, porque allí se enquistó más que en otras partes. Ocasionó de 1.500 a 2.000 muertos y el desprestigio absoluto de la República, marcando el principio del fin del régimen republicano, que empezó mal y terminó aún peor. Dato curioso: las elecciones de 1933 las ganó el centro derecha, gracias al voto femenino, aprobado en las Cortes a propuesta de la diputada lerrouxista Clara Campoamor, apoyada por la CEDA contra la fuerte oposición de todos los grupos de izquierda, empezando por el PSOE. Alegaban que las mujeres serían fácilmente manipuladas por los curas en los confesionarios.
En las elecciones de febrero de 1936, convocadas por Alcalá Zamora saltándose la legalidad a la torera, se celebraron en un ambiente de suma violencia provocada por las izquierdas, con rotura de urnas, coacciones físicas y proclamación de la victoria del Frente Popular sin terminar de contar muchos votos ni celebrarse la segunda vuelta, como era preceptivo. Luego, la comisión de actas presidida por Indalecio Prieto, culminó el pucherazo, anulando muchas actas de diputados de derechas o atribuyéndolas arbitrariamente a los candidatos del Frente Popular. A partir de entonces el clima político alcanzó niveles de guerra civil hasta el asesinato de Calvo Sotelo, cometido por la escolta personal de Prieto, que certificó el enfrentamiento bélico de las dos Españas.
No estamos ahora, ciertamente, en una situación parecida a la de entonces, con los socialistas siempre en guerra con las derechas, pero no es menos cierto que los descendientes del “Abuelo” no han olvidado el viejo estilo “agit-prop” de sus orígenes ni el mal perder de toda su vida. Entonces y ahora, quieren ganar en la calle lo que las urnas les niegan, usando a los sindicatos de “clase”, correas de transmisión de los partidos políticos a los que están asociados. Sindicatos rancios, que no representan a nadie, sin más afiliados que los liberados que viven de las subvenciones, puras reliquias de un museo de antigüedades con olor a naftalina y a humedad de caverna paleolítica. Cuando desfilan, con más banderas, pancartas y pegatinas que personas, parece que estemos viendo una demostración sindical del Primero de Mayo..., pero en la plaza Roja de Moscú, o a las Juventudes Hitlerianas en el Estadio Olímpico de Berlín. Puro anacronismo, pura exhibición de resabios antidemocráticos.
Los socialistas se consideran ahora social-demócratas, quizás para blanquear un poco su imagen sectaria y turbulenta, pero sus palabras y sus hechos son los de siempre. Dicen que no están detrás de las algaradas de los supuestos estudiantes ni de los ruidos sindicales. En efecto, tienen razón. No están detrás, sino en medio, dentro de la “melée”, como vimos días atrás en los barullos de Valencia, y veremos en el próximo espectáculo sindical del día 11, una fecha realmente simbólica, porque las matanzas de Madrid de ese día, espantosamente manipuladas por Rubalcaba, les permitió ganar unas elecciones que tenían perdidas. No hay que sorprenderse, la izquierda es así y no tiene remedio.