Hace pocas semanas la Sociedad Española de Fertilidad (SEF) publicó los datos de sus actividades durante el año 2021. Esta sociedad, preocupada por la fertilidad humana, o eso parece, ofrece datos de sus dos tipos de actividades: fecundaciones in vitro e inseminaciones artificiales. Para quien conoce un poco este tema de la fertilidad, las actividades son un poco reducidas, por no decir orientadas en una única dirección: el nacimiento biológico de seres humanos a un coste elevado. Con razón hablan de “reproducción” y no de “procreación”.
Dos datos me han llamado la atención del entramado de conceptos, números y porcentajes que suele presentar este informe. Durante 2021, 22.010 “turistas” vinieron a España para contratar estos servicios. Dejo al lector que intuya los pacientes/clientes españoles; lamentablemente, ese dato no está tan claro en el informe; analizando diversa información, podrían ser unas 150.000 mujeres (con o sin pareja). Y me llama la atención que la SEF no sepa, o no le interese publicar, el motivo por el que la mayoría de esos clientes vinieron a España a realizar este procedimiento (más que tratamiento).
El análisis de las causas por las que un cliente acude a una empresa es un dato muy interesante para la empresa; ofrece mucha información sobre qué potenciar o qué cambiar, cuál es el público objetivo, sus intereses... ¿Será que la SEF no quiere dar estas pistas a sus “competidores”?
A nivel sociológico, existe otro motivo para analizar las causas por las que se realizan ciertos comportamientos: que la sociedad considere un problema ese comportamiento. Se analiza las causas para reducir las consecuencias. En nuestro caso parece que la sociedad española no ve un problema en este comportamiento, aunque sí es un gasto importante para la Seguridad Social y para la economía de estas parejas y, sobre todo, un problema para la salud de las mujeres sometidas a estas técnicas, sus parejas y eventualmente sus posibles hijos. La misma ciencia ya va ofreciendo datos a este respecto.
Segundo dato que me ha llamado la atención de este informe: en 2021 hay en España, según publica la SEF, 777.679 embriones congelados, más de 230.000 de ellos congelados durante los últimos dos años. Para valorar esa cifra pensemos en una ciudad como Valencia (la tercera más poblada en España) o en más del doble de los niños nacidos en España durante ese mismo año. Tomando en cuenta los embriones que se descongelaron, y que muchos de ellos terminaron muriendo, la “población esquimal de embriones” (perdonen la expresión) aumentó en 130.000 bebecitos.
No he analizado la situación en otros países de Europa o América, pero no creo que la situación sea significativamente mejor.
Es triste pensar que tantos seres humanos están condenados (y congelados) en hidrógeno líquido a -196°C. Una condición de por sí indigna para todo ser vivo. ¿Nos damos cuenta de que son personas, o los vemos como uno de tantos productos que gestiona y maneja el mercado?
¿Se trata, quizás, de una imagen gráfica de cómo está nuestra sociedad actual? Una sociedad que tiene el corazón congelado, a pesar del calentamiento global con el que nos martillean los medios de comunicación. La defensa de la vida, el cuidado de la familia, el respeto de la dignidad del ser humano... a veces brillan por su ausencia. Nos rodea una niebla densa, fría, que nos congela hasta los huesos. Esa “niebla meona” típica de Castilla en los fríos inviernos. Pero la Iglesia, por boca del profeta Isaías, afirma: “Pues mira cómo la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece Yahveh y su gloria sobre ti aparece. Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada” (Is 60, 2-3). Y Juan proclama, en un resumen magnífico de los relatos de Mateo y Lucas: “La luz luce en las tinieblas”
A ese Niño encomendemos la oscuridad y frialdad de nuestro mundo, sabiendo que también hay luces encendidas en medio de esta oscuridad, santos de la puerta de al lado, que consiguen, junto con la gracia de Dios, que el mundo no muera congelado.