Podría resultar un auténtico despropósito plantearse esta cuestión, cuando toda vida es única, y puede en general abarcar intensidades muy dispares y ser, desde muy atareada con graves responsabilidades, a todo lo contrario, sencilla y aparentemente fútil; aunque en realidad todo ese abanico de posibilidades puede converger, si se quiere, en un solo propósito: darle un sentido a todo lo que uno hace. A veces las tribulaciones te llevan a una encrucijada en la que tu vida se desnuda completamente de todo lo que antes tenía un lugar de acuerdo a una jerarquía de valores, que de repente se desmorona en su mayor parte, por la cantidad de menudencias con las que has ido llenando tu tiempo. El mundo absorbe, te envuelve, y cuanto más pudiente es ese mundo, más cosas, más intereses, más preocupaciones… y más difícil es conservar ese propósito.
Chesterton es un ejemplo de escritor que ha tenido la genialidad de plasmar en sus obras, y en las muchas frases que se le atribuyen, ese don de darle un sentido a los quehaceres de la vida. Le pasó lo que a muchos conversos: que una vez descubren lo que se han estado perdiendo, les inunda el asombro y la alegría, y esa sutileza en el espíritu que les permite ahondar en todas las cosas y trascender de lo cotidiano. “Abandonad lo sobrenatural y no os quedará lo natural, sino lo antinatural”, es sin duda una defensa a ultranza de la ley natural que tiene su origen en la Ley de Dios, que deja en evidencia el gran despropósito de quienes, por ejemplo, legislan sin el fundamento del derecho natural, apoyándose en mayorías parlamentarias coyunturales. También dijo que “el primer efecto de no creer en Dios es perder el sentido común”, que gravita sobre la misma idea de fondo: lo antinatural, el absurdo, la falta de lógica, el mundo del revés… y acaba uno yendo por la vida como pollo sin cabeza. Y es que, si Dios es Logos, Razón, lo consecuente al apartarse de Él es perder la razón.
La Escuela de Frankfurt (formada en el segundo cuarto del siglo XX), llevó a la práctica la estrategia concebida por el teórico marxista Antonio Gramsci. Se afanó en implantar la modalidad de marxismo cultural que hoy nos invade, lo que más adelante se ha ido perfeccionando con la ingeniería social y manipuladora de masas, que siembra divisiones y enfrentamientos como antaño el marxismo clásico dictaba en el ámbito económico a través de la lucha de clases, y que impulsó la revolución sexual que explotaría en Mayo del 68. En la misma línea de ese marxismo cultural ateo, que pretende transformar la sociedad alterando y adulterando creencias milenarias, ha acabado por confluir el socialismo fabiano (fundado en 1884 en Londres), que postula cambios y reformas sociales sin revolución, gradualmente, con la paciencia y tenacidad del general romano Quinto Fabio Máximo, de quien toma el nombre.
Gramsci escribió sobre el sentido común, tratando de arrancar de raíz la esencia del concepto clásico, entendiendo éste como “convicciones comunes”, que se derivan del conocimiento innato de los primeros principios metafísicamente inherentes en el hombre. En la línea tomista, esta facultad única del ser humano le permite conjuntar lo que sucede fuera de él (sensitivamente) e interiormente (intelectivamente), y así emitir un juicio y demás raciocinios. Y a esto le llamamos “cordura”, eso que juzga la realidad y nos hace conscientes de lo que “es”, participando no sólo de una aparente realidad intelectiva, sino también sensible.
Gramsci denigra el concepto porque lo interpreta como una noción moldeable históricamente, y por tanto superficial, “un simple modo común de sentir de la gente” y que ha sido impuesto por quienes detentan la autoridad en esa civilización. Obviamente, en su punto de mira está la civilización occidental, que ha sido cristiana en origen y durante siglos, aunque ya no lo sea… Pero es en realidad un voluble “sentir”, que no es innato, sino creado por el hombre en una época y contexto, dejando cualquier impronta divina fuera de la ecuación. El que propugna Gramsci es el obrar de modo anticonformista y rupturista con las tradiciones, instituyendo conceptos-dogma como lo “políticamente correcto”. Un modo de obrar que, si bien sugiere adoptar una actitud antinatural o revolucionaria contra el propio intelecto, le caracteriza aún más la necesidad de apoyarse fundamentalmente en la pura emotividad, dando como resultado “la vivencia de una ignorancia colectiva”; y en última instancia, trata de borrar de la conciencia del hombre el simple y llanamente “hacer las cosas como Dios manda”. Precisamente éste es el verdadero sentido que orienta la auténtica vida. Es la brújula que no te hace perder el norte.
El arzobispo Fulton Sheen daba tres características para reconocer lo diabólico, tomando como base el pasaje del Evangelio que relata el endemoniado de Gerasa (Mc 5, 1-20). El poseído estaba desnudo, era violento, y estaba dividido (su nombre era Legión). Hoy podemos reconocer más que nunca en la Historia la abundancia de estas tres características en sus variadas formas: hipersexualización, pornografía; violencia, guerras, aborto; división en la familia, la sociedad, la política, la Iglesia…
La principal diana en ese abanico de divisiones y rupturas (por razón de sexo, raza, ideología, religión) que actualmente siembra la implantación del marxismo cultural (o el mismo socialismo fabiano, porque actualmente es difícil separar las lindes entre uno y otro) e imperante hoy en la aplastante mayoría de quienes gobiernan en Occidente (sean del signo político que sean: para abreviar, quienes llevan en la solapa el pin de la Agenda 2030) es de tipo antropológico: la naturaleza humana. Y es que la división política de izquierdas y derechas ha quedado obsoleta, no se ajusta a la realidad, aunque se siga etiquetando de facha y de rojo a diestra y siniestra. La política o es globalista o es soberanista. Caso aparte es la sanchista, del contumaz aspirante a dictador. La ideología de género es el principal triunfo de su ingeniería social (el perverso transhumanismo espera su turno), con toda esa deriva de géneros que parece no tener fin, y que junto al feminismo radical socaba las relaciones humanas entre hombres y mujeres.
Toda esa ideología descabellada es una auténtica mina para destruir la institución del matrimonio, y por extensión, de la familia, unidad básica de la sociedad desde que existe la Humanidad. Los divorcios se han disparado a cifras de escándalo, cada vez son más habituales las uniones de hecho, los hijos van camino de ser una reliquia del pasado, lo que nos augura sin remedio un invierno demográfico cada vez más gélido, pero que ha sido alentado deliberadamente, a la vez que se promocionan políticas que fomentan los flujos masivos de inmigración ilegal sin control (favoreciendo la musulmana, con cultura y costumbres contrarias, a veces beligerantemente contrarias a las nuestras), y ello con la complicidad silenciosa de los medios subvencionados que, sin embargo, callan sobre el mafioso flujo de dinero con el que se comercia con personas, origen del problema.
No hay ayudas ni incentivos para tener hijos, así que ocupan su lugar las mascotas, cuando éstas eran antes el colofón de una risueña familia. Y qué decir de las nuevas generaciones, que desde la más tierna infancia son manipuladas sus mentes por esa omnipresente ideología de género, y bombardeadas por los contenidos sexuales al alcance en cualquier pantalla, pervirtiendo sus inocentes almas. Por un lado, los impuestos excesivos y la precariedad laboral que exigen jornadas laborales maratonianas para llegar a fin de mes, si es que se tiene trabajo (la falacia propagandística de la ministra de Trabajo de “menos horas para vivir mejor” no se sostiene en el actual mercado laboral español, del que es responsable, con el mayor paro juvenil de la UE). En ese contexto asfixiante resulta una proeza que puedan formar un hogar estable la mayoría de los jóvenes, no digamos que puedan tener, los que ya son padres, un tiempo de calidad con sus hijos. Por otro lado, el consumismo compulsivo en el que está instalada la sociedad, nos aboca a una vida frenética, como ratones que corren sin ton ni son haciendo girar una rueda.
La familia ha sido siempre el mejor refugio del ser humano, y la mejor escuela de convivencia, así como el seno materno el único refugio antes de nacer. Con los datos anuales de abortos, 73 millones, es la principal causa de muerte a mucha distancia de la siguiente. Ese “refugio” de la maternidad, que por naturaleza le ha sido dado a la mujer, se ha convertido en el lugar más peligroso del ser humano. ¡Los datos cantan! Para millones de niños el seno materno se ha convertido en la boca del lobo. La cultura de la muerte se ha insertado en nuestra sociedad paulatinamente, aunque últimamente está progresando vertiginosamente. Los tiempos se acortan a la hora de aprobarse leyes en los parlamentos que fomentan mayor liberalidad a la hora de abortar; la OMS desde hace dos años ya recomienda el aborto sin estar sujeto a supuestos y hasta el mismo momento del nacimiento. Se eleva a la categoría de derecho el aborto, se empieza a declarar constitucional, se aboga por la inclusión del mismo en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE… y parece seguir el mismo camino la eutanasia. ¿En eso consiste la vida? ¿En pasar por este mundo procurando la muerte del indefenso cuando se considera que estorba?
Los datos también cantan respecto al índice de suicidios y de problemas mentales en personas cada vez más jóvenes. La especialidad de psiquiatría infantil no existía hasta hace pocos años. Es cierto que se venía demandando desde hace al menos dos décadas antes. Y claro, están quienes aplauden la iniciativa como un éxito de la cobertura sanitaria por la creciente necesidad, y ahí se quedan; y quienes no nos quedamos en la superficie de ese supuesto logro que, lo que en realidad evidencia, es el drama de que hace unas cuantas décadas esa demanda era marginal ¡Pero como no van a sufrir cada vez más problemas mentales los niños y los jóvenes! ¡Si para empezar no se protege a la familia como institución, principal cometido de la política de un país para sentar las bases de su prosperidad! A los padres, únicos titulares de derechos y obligaciones para con sus hijos en lo que respecta a su formación en creencias y valores (art. 27.3 de la Constitución Española) cada vez se encuentran con más obstáculos para desempeñar su principal cometido.
La auténtica vida nace en el seno de una madre, se desarrolla en el refugio de una familia, se enriquece en comunidades de amigos, vecinos, compañeros de estudios y de trabajo, progresa buscando entre todos el bien común de la nación, y enaltece su espíritu amando y alabando a Dios en la confianza de Su Providencia. Esa es la receta, la única receta que funciona. El arzobispo Fulton Sheen, que se hizo famoso por sus predicaciones televisivas en Estados Unidos, acertó en sus profecías que explicitó con esta frase en latín: Quo Vadis America? alertando de la ausencia cada vez más acusada del patriotismo, virtud intrínsecamente asociada a la cultura de la antigua Grecia, así como de la pietas romana como virtud de quien es respetuoso con todos los deberes hacia la divinidad, patria, familia, amigos… Esto es, el amor a Dios, el amor al prójimo, y el amor a la patria, porque cuando uno de estos falta, se cae todo.
Pero ahí tenemos la Agenda 2030 disfrazándose de fines loables que intentan imponer a nivel global (¡es el evangelio! Margallo dixit), pero retorciendo el verdadero significado de los objetivos, que presume logrará con sus políticas, apoyándose en la propaganda de la gran mayoría de los medios de comunicación, que a su vez controlan. Nos anuncian acabar con la pobreza, y mejorar, entre otras, la salud sexual y reproductiva ¿quién puede oponerse? Pero su verdadero significado es reducir la población a través del aborto, la eutanasia, y la anticoncepción, que constituyen las formas más visibles de exterminio y control de la población, respectivamente. Y resulta que más que acabar con la pobreza es acabar en mayor medida con los pobres, los más vulnerables ante esas políticas públicas, con las que jamás se persigue el incentivo a la maternidad, las ayudas a las familias, y las reducciones de impuestos.
No pensemos que con el resto de “casillas” de la agenda, se nos augura un futuro más halagüeño bajo ese impostado y cínico “no poseerás nada y serás feliz”: santo y seña que sirve de antesala de The Great Reset (El Gran Reinicio), que nos lanzó el Foro Económico Mundial desde Davos hace tres años en un vídeo promocional (¡el colmo!). Toda esa parafernalia de la Agenda 2030, a lo “calendario de Adviento”, no en vano es el “mono” de Dios el que está detrás de todo este engaño/engendro, no sirve para otra cosa que para implantar el comunismo a gran escala.
La Virgen en Fátima ya nos advirtió: “Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia”. Pero nunca perdamos la esperanza, porque después de tanta tribulación, sabemos que el final ya está escrito: ¡Mi Corazón Inmaculado triunfará!