Ha sido todo un concierto desplegado con su elegancia única, pero sobre todo con esa humildad que desarma, que huele a Evangelio por los cuatro costados. Así que mientras las ranas y los topos entonan su cacofonía, aumentada por el rácano interés de determinados medios, Pedro sigue a su Maestro una vez más, como tantas a través de los siglos.
Esperábamos las intervenciones de Benedicto XVI en torno al Consistorio, y con razón. Porque en estos casi seis años de pontificado nos ha demostrado con creces que sabe convertir cada crisis, cada situación de ahogo, en ocasión para realizar más eficazmente su misión, hacia dentro y hacia fuera. Comenzó la víspera de la llegada de los cardenales a Roma, en el encuentro anual con los seminaristas de Roma, "sus seminaristas". Y en ese ambiente familiar, casi de confidencia, lanzó la primera estocada al comentar la Carta de San Pablo a los Romanos, cuando enaltece la fe de la Iglesia de Roma, de la que se hace lenguas el mundo entero: "también hoy se habla mucho de la Iglesia de Roma, de muchas cosas, pero esperamos que se hable también de nuestra fe, de la fe ejemplar de esta Iglesia, y pidamos al Señor que logremos que no se hable de tantas cosas, sino de la fe de la Iglesia de Roma". Touché. Y después, siempre sin papeles, habla a los futuros sacerdotes de ese inconformismo propio del cristiano, que le permite amar y servir verdaderamente al mundo. Inconformismo, por ejemplo, frente al poder de la opinión dominante y su inacabable charlatanería.
Pero el grueso había de llegar en la alocución pronunciada durante el Consistorio. Allí habla de la lógica del poder y del egoísmo que también se infiltra entre los hijos de la Iglesia. La misma lógica que llevó a la madre de los zebedeos a pedir para sus hijos un puesto a la derecha de Jesús y otro a su izquierda, la misma que irritó al resto de los discípulos al sentirse preteridos. ¡Qué poco cambian las cosas! Pero lo que podría haber sido un amargo improperio Benedicto XVI lo convierte en paternidad que cura y construye: "dominio y servicio, egoísmo y altruismo, posesión y don, interés y gratuidad: estas lógicas profundamente contrarias se enfrentan en todo tiempo y lugar. No hay ninguna duda sobre el camino escogido por Jesús: Él no se limita a señalarlo con palabras a los discípulos de entonces y de hoy, sino que lo vive en su misma carne".
Los hombres vestidos de rojo han debido sentir estas palabras como un aguijón, pero en realidad valen para cada uno de nosotros: "que vuestra misión en la Iglesia y en el mundo sea siempre y sólo «en Cristo», que responda a su lógica y no a la del mundo, que esté iluminada por la fe y animada por la caridad que llegan hasta nosotros por la Cruz gloriosa del Señor". Así que no hay otra estrategia, otro gobierno, otra sagacidad que la del cáliz del Señor, aunque como dijo el Cardenal Dolan sintamos ganas de eludirlo una y otra vez.
Es impresionante cómo enseña, cómo corrige y gobierna este hombre al que algunos medios han descrito estos días como cansado y aislado, casi en las últimas, tentado por una fantasmagórica dimisión. Alguna corresponsal despistada titula su crónica diciendo que el Vati-leaks ha debilitado al Papa y ha desatado los movimientos para su sucesión. Haría mejor carrera escribiendo panfletos a lo Dan Brown. Lo cierto es que del dolor y la dificultad emerge una y otra vez la figura de Pedro el pescador, el hombre caracterizado por su triple amor a Jesús, el timonel de la barca. Como diría el poeta Eliot, "mucho que derribar, mucho que construir, mucho que restaurar".
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