“Papi Pedro”, así lo llamaban sus niños en Ecuador. Los mismos a los que, a punto de ahogarse en un remolino, en una ola traicionera, fue sacando uno a uno del mar, durante un día de excursión a la playa.
Eran siete. Con él, ocho, los que ese día salvaron la vida. Siete niños abandonados que vivían en el Hogar de Nazaret y forman un Octógono de Vida, signo de Jesucristo, el Octavo día, el día dela Resurrección.
Pedro Salado, natural de Chiclana, consagrado a Dios en los niños más necesitados, y presencia del Señor para esos niños que ahora le deben la vida. Ellos salvaron su vida terrena, una vida joven y llena de futuro; y él ganó la vida eterna, entregando la suya. Completó el Octógono al igual que Jesús.
La noticia ha ocupado solo unas páginas en los medios de comunicación locales. Por contrario, si hubiese sido un escándalo de pederastia sería primera plana en los informativos nacionales, y objeto de vituperio durante muchos días en los programas de televisión-basura. No justifico el escándalo en absoluto. Lo que me escandaliza aún más es la hipocresía, y que este acto de entrega heroica protagonizado por el Hermano Pedro, no haya ocupado las primeras cabeceras a nivel nacional…
Quizás sea mejor así, porque él solo hizo lo que sabía: salvar, sin llamar la atención, dando la vida, a los niños él encomendados. Era para lo que estaba entrenado. Era lo suyo. Le imponía respeto el mar. No solía bañarse en él. Pero superó ese miedo visceral y no dudó. Se lanzó a rescatar a sus niños… Terminando exhausto después de sacar al último de ellos del mar.
No soy persona dada a las laudatorias, como sabréis los tres o cuatro feligreses que aún me leéis. Es el mismo Jesucristo el que obra en nosotros lo que de bueno y bello pueda haber.
Y fue sin duda Él el que actuó en toda la vida de Pedro Salado y le capacitó para, llegado el momento supremo, entregarla sin vacilación. Como Maximiliano Kolbe, Teresa de Calcuta, o tantos mártires de la Iglesia, Pedro es ahora un mártir de la caridad. Un orgullo para los chiclaneros y todos los gaditanos, que ahora contamos con él en el cielo, lo mismo que para su familia religiosa del Hogar de Nazaret, a los que desde aquí acompaño en el dolor de la pérdida y en la alegría de la ganancia, y les animo a que empiecen a invocar su intercesión.