La relación entre catolicismo y política siempre ha sido un tanto complicada. Jesús nos dijo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21; Mc 12,17; Lc 20,25), texto en que queda bien clara la autonomía de las realidades temporales y políticas, pero no su independencia con respecto a la ley moral, puesto que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 2242, cita estos textos y nos dice: “El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo a la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política”.
Creo que este preámbulo es necesario para poder resolver la cuestión sobre si es posible ser a la vez católico y marxista. Pienso que ésta puede ser la respuesta: si consideramos al marxismo como una cosmovisión atea, desde luego no se puede ser a la vez creyente y no creyente, ateo y católico. No nos olvidemos de que la primera verdad de fe que profesamos en el Credo es: “Creo en Dios”. Y por supuesto, mi fe supone mi encuentro personal con Jesucristo.
El problema está en si se puede ser en religión católico, mientras en política se es marxista. El marxismo, en su crítica a la religión, dice que ésta nos duerme, en vez de despertarnos a los problemas reales. El Concilio Vaticano II sostiene por el contrario que la esperanza cristiana es un motivo más para cumplir con los deberes temporales y numerosos documentos eclesiásticos se ocupan del cristiano ante sus deberes políticos, económicos, sociales, culturales y a favor de la paz.
Esto nos indica algo: la fe cristiana no es algo desconectado de la vida, sino todo lo contrario. Nuestras responsabilidades alcanzan también a lo político y social y no valen cómodas excusas como: “No entiendo de eso”. Hay que formarse en la medida de las posibilidades en los problemas de tipo temporal y darse cuenta de que la salvación no se obtiene individualmente, sino en unión con los demás. El amor al prójimo puede y debe ser un compromiso de acción, que a veces tendrá que ser político en su sentido más estricto.
Recordemos que el precepto fundamental cristiano es el del amor a Dios y al prójimo, y desde luego quien no respeta los derechos de los demás no puede decirse que ame realmente a su prójimo. Ahora bien, los derechos humanos no son algo abstracto y etéreo, sino derechos concretos, por cierto espléndidamente formulados por la ONU en su Declaración del 10 de diciembre de 1948. Nuestra acción política debe ser en defensa de los derechos humanos y desde luego las dictaduras, y muy especialmente la dictadura del proletariado, no se han distinguido por su respeto a los derechos humanos, más aún el marxismo, que es la ideología que más muertes ha ocasionado en el siglo XX, incluso más que el nacionalsocialismo, aunque también en un espacio mayor geográfico y de tiempo.
Pero sigue en pie el problema de si se puede ser en religión católico y en política marxista. Hay gente que milita o simplemente vota a partidos marxistas porque cree que son aquellos que mejor defienden sus intereses. No les gustan las dictaduras ni el totalitarismo y se consideran respetuosos con los derechos de los demás. Éstos no serían marxistas puros, sino que toman del marxismo sólo aquello que les parece conveniente. La realidad nos enseña que hay muchos que viven así su fe, sin sentirse por ello en contradicción e incoherencia, aunque objetivamente esta incoherencia se da. Pero desde luego siempre el católico ha de mantener su fe cristiana y que en caso de conflicto entre su fe y sus simpatías políticas, tiene que tener muy claro que su deber es seguir su conciencia y obedecer a Dios antes que a los hombres, porque la norma suprema de conducta no puede ser la disciplina de partido, sino su recta razón iluminada por la fe, es decir, su conciencia personal.
Un partido que no acepte esto es un partido que ha caído, al menos en parte, en la tentación totalitaria, aunque la realidad nos muestre que para muchísimos es más importante su ideología política que su fe religiosa.