En cuanto saltó la noticia de una orgía de 25 hombres en Bruselas interrumpida por la policía donde, además de drogas, encontró a un eurodiputado, me pregunté, malicioso, quién y de qué partido sería. No sé si habría escrito el artículo de haber sido algún representante de una ideología rival. Probablemente no, porque no suelo hurgar. Ahora no me queda otro remedio.
Porque se trata del húngaro József Szájer, cofundador y ex-vicepresidente de Fidesz, el gran partido conservador de Viktor Orbán. Esto ha permitido que todos los progres se escandalicen esta vez por cuestiones más morales, además de por el hecho de que la gay "gang-bang" estuviese saltándose las medidas preventivas del coronavirus. Es un progreso.
Por supuesto, los políticos que imponen restricciones y luego se las saltan son un escándalo que se repite con mecánica frecuencia. Eso debería saldarse con dimisiones, porque es peligroso que la población empiece percibir que vivimos en un sistema de castas donde las élites extractoras además se extraen del cumplimiento de la ley. Szájer, por cierto, ha dimitido de inmediato.
Pero su caso es muchísimo más complejo, por desgracia. Tratándose de un defensor a ultranza de la familia tradicional, su comportamiento desprestigia sus creencias y echa una sospecha de hipocresía sobre el ideario de su partido, del mismo modo que el chalet de Iglesias socava su pasión igualitaria. Por eso hay que recordar dos cosas. Una, que se desprestigia, en realidad, quien no vive de acuerdo con sus ideales, y no los ideales, si son justos. Para la sociedad es preferible un político que fomente buenas leyes, aunque sea un hipócrita, que un católico muy devoto que apruebe el aborto, como Andreotti.
Pero es preferible -subrayémoslo- por un margen estrecho, demasiado estrecho. Hay que subrayar el daño que a la larga se termina haciendo; y las posibilidades de chantajes, trampas y montajes.
Lo segundo que hemos de recordar es que, como decía Solzhenitsyn: "La línea que separa el bien del mal atraviesa el corazón de cada uno". Por eso, si tenemos profundas creencias, altos ideales y preciosos principios, siempre gozaremos del honor de luchar por ellos en el puesto de mayor riesgo y fatiga: en nuestro propio corazón. Todos los demás destinos, aunque sean cruciales o importantísimos, son secundarios. Mantener a raya esa línea Maginot del corazón es nuestra más importante tarea política.
Publicado en Diario de Cádiz.