Me encontré por primera vez con monseñor Elio Sgreccia en 1988, durante mis estudios en Roma, en “su” Instituto de Bioética de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica del Sacro Cuore [Sagrado Corazón]. Yo iba con un grupo de holandeses que quería consultarle la creación de un centro de cuidados paliativos en Holanda. Por nuestro carácter y nuestras convicciones, llegamos pronto a un acuerdo. Más adelante, ese mismo año, seguí un curso de ética médica que se reveló fundamental para mi formación en bioética en la perspectiva de la doctrina de la Iglesia.
El cardenal Elio Sgreccia falleció el 5 de junio a los 90 años de edad. Fue vicepresidente (1996-2004) y luego presidente de la Pontificia Academia para la Vida (2004 -2008).
El cardenal Sgreccia era un hombre muy inteligente, claro, decidido y resuelto. No había que preguntarle dos veces qué quería decir. Estas características –unidas a su valentía y a su amplio y profundo conocimiento de la filosofía, con un enfoque innegablemente tomista– lo convertían en un maestro particularmente idóneo para una disciplina tan contestada por la cultura moderna como la bioética católica. Sus explicaciones –tanto sobre los fundamentos de la ética médica como sobre cuestiones concretas de la casuístcica y de la historia de la materia– eran siempre clarísimas, bien documentadas y equilibradas.
Su obra maestra fue la Pontificia Academia por la Vida, fundada por San Juan Pablo II. El Papa Wojtyla había confiado la puesta en marcha de la Academia al gran genetista francés Jérôme Lejeune, descrubridor de la anomalía genética responsable del síndrome de Down (Trisomía 21), quien murió poco tiempo después de su nombramiento como primer presidente de la Academia. A partir de entonces, monseñor Sgreccia perfeccionó la Pontificia Academia para la Vida de forma impresionante, lo que le permitió codearse a nivel internacional con otros institutos bioéticos de gran prestigio. Lo mismo puede decirse del Centro y, más tarde, del Instituto de Bioética de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica del Sagrado Corazón en Roma. Bajo su guía, la Pontificia Academia para la Vida organizó congresos y numerosos simposios en los que se estudiaban con gran profesionalidad y profundidad todos los temas de la bioética.
No puede dejar se señalarse, sin embargo, que monseñor Sgreccia tuvo que sufrir durante su vicepresidencia de la Academia. Él era un firme defensor del criterio de la muerte cerebral total (esto es, también la del tronco cerebral) como criterio para declarar la muerte del ser humano. Fue doloroso para él no solo que algunos miembros de la Academia tuviesen una opinión distinta sobre la cuestión y criticasen sus argumentos –lo cual, evidentemente, era su derecho– sino que le atacasen acusándole personalmente de obrar con mala intención. Aunque no exteriorizó sus sentimientos, a monseñor Sgreccia esto le dolió profundamente. Sin embargo, no cayó en la tentación de reaccionar del mismo modo y respondió siempre con dignidad, aportando argumentos objetivos.
Muchos piensan que la fe cristiana, incluida la moral, no se funda sobre argumentos racionales, y que la fe y la razón se excluyen mutuamente. Un día, un filósofo holandés me hizo una entrevista sobre la clonación y la reproducción artificial de seres humanos, durante la cual respondí a las preguntas con argumentos racionales, como había aprendido, entre otras cosas, de monseñor Sgreccia. El filósofo-periodista, estupefacto, me dijo: “Pensaba que usted habría dicho solo algo del tipo ‘El hombre no debe jugar a ser Dios’, pero usted emplea argumentos racionales”.
Monseñor Sgreccia enseñó a toda una generación de bioeticistas católicos en Italia y en muchos otros países a argumentar en el ámbito de la ética médica de forma racional y objetiva, según la doctrina de la Iglesia. Por esto, por sus investigaciones y por sus publicaciones, es uno de los defensores más importantes del respeto por la vida humana.
En los últimos años nos vimos habitualmente en los consistorios del Colegio cardenalicio y durante los sínodos de los obispos sobre la familia. Sus intervenciones en estas asambleas fueron siempre inteligentes, equilibradas y sabias. Todos sus alumnos, entre los que me encuentro, y sus colaboradores, con quienes mantenía una relación cordial, lo recordarán con mucha simpatía. Con la muerte del cardenal Sgreccia, el mundo de la bioética ha perdido un gran pionero.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
El cardenal Willem Eijk es el arzobispo de Utrecht (Holanda).
Traducción de Carmelo López-Arias.