Entre las observaciones que se hacen a mis artículos he encontrado una que dice así: “actualmente la Ciencia contradice todos los dogmas religiosos y las religiones se oponen y manipulan los avances científicos”. Advierto que en mi contestación sólo voy a referirme al Catolicismo.
A mí la afirmación tantas veces repetida de la incompatibilidad entre fe y ciencia, me recuerda la frase de Goebbels: “una mentira cien veces repetida acaba siendo verdad”, y aquí estamos ante una mentira no ya cien veces, sino probablemente dicha millones de veces, pues ya Pasteur en el siglo XIX tuvo que hacerle frente, cuando se encontró con un joven, que por supuesto no sabía con quién estaba hablando, que trató de demostrarle científicamente la no existencia de Dios.
La fidelidad a la verdad es la garantía de la libertad y del desarrollo humano integral. Me gustaría que quien habla de contradicción entre ciencia y fe me explique concretamente qué dogmas van contra la ciencia y por qué. De hecho las dos instituciones líderes que buscan la verdad como la esencia de la investigación son la ciencia y la religión. El creyente está convencido de la afirmación del Concilio Vaticano II: “La investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios” (Gaudium et Spes n. 36). Fe y pensamiento científico no están por tanto en contradicción.
El objeto de la ciencia será todo aquello que el hombre conozca por medio de su razón, apoyándose en la experiencia, y en los medios e instrumentos que posea. Los conocimientos naturales, científicos, tiene como objeto el mandato divino de dominar a la naturaleza. Sirven solamente para esta vida, para la santificación de este mundo y para convertirlo cada vez en algo mejor, aunque los no creyentes prescindan de las referencias a Dios que hemos hecho. La fe en cambio sirve para clarificarnos cómo detrás del otro, a quien llamamos hermano, debemos descubrir a Dios y prepararnos el camino para conocerlo y unirnos a Él. Su objeto es todo aquello que Dios ha querido revelarnos. En cuanto a la calidad del conocimiento, el conocimiento científico es superior al de la fe. Yo estoy más seguro de mi existencia, que se me presenta como evidente y es conocimiento científico que de la existencia de Dios, que es un hecho de fe y del que no tengo evidencia, precisamente porque es fe. Por eso la fe se nos presenta con los ojos vendados y San Pablo nos dice que desaparecerá en el cielo, cuando veamos a Dios cara a cara (1 Cor 13,910).
La Revelación, los dogmas, la fe tienen como objeto el conocer a Dios y lo que Él supone para nosotros. Hay algunas verdades, tanto sobre Dios como sobre el mundo o nosotros, que podemos conocer tanto por conocimiento natural como por revelación. Si Dios nos la revela es porque son importantes para nuestra relación con Él y para que le podamos conocer con mayor certeza y sin mezcla de error. Por eso los creyentes debemos estudiar y comprender qué es lo que realmente ha querido revelarnos Dios y cuáles son las dificultades que tenemos para su comprensión.
Aunque no debiera haber incompatibilidad entre el conocimiento científico y la fe, pues ambos provienen del mismo Dios, es indudable que por culpa de unos y otros esos encontronazos sí se producen, porque hay estúpidos en ambas partes. Desde el punto de vista científico recuerdo la frase de Gagarin tras el primer vuelo espacial: “He estado en el espacio y no me he encontrado con Dios”, mientras desde el punto de vista de los creyentes hay quien se pone a hablar desconociendo tanto la exégesis bíblica, como las ciencias antropológicas.
Es a la Iglesia a la que corresponde la labor de explicitar, aclarar y comprender, de acuerdo con los nuevos conocimientos y culturas de cada tiempo, el mensaje divino que le ha llegado escrito o por tradición oral desde los tiempos apostólicos. Al magisterio de la Iglesia le corresponde poner al día en cada momento el mensaje recibido. De esto serían un ejemplo las encíclicas sociales.