En la situación crucial en que nos encontramos, también debemos pedir por las familias; habríamos de hacerlo siempre, pero aún más en esta hora difícil que atraviesa la institución familiar, asentada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, basada en el amor inquebrantable y fiel, y abierta a la vida. Ante nuestra mirada tenemos las grandes dificultades por las que atraviesan tantas familias, la familia misma: la institución que en estos momentos está salvando principalmente a España y, ¡qué poco, sin embargo, se le reconoce públicamente, incluso en el discurso y en el programa político! ¡Todo es economía!: ¿cuándo se va a hablar de ella por sí misma, y hacer todo lo que por ella se debe hacer?
Corren tiempos recios y nada fáciles para las familias. Por ello es necesario orar, insistentemente y mucho, por ellas; que tengan fortaleza y solidez, y se mantengan firmes en la verdad, fieles al Evangelio, inquebrantables en el amor sin fisuras, gozosas por recibir el don de la vida. Es necesario orar para que sigan multiplicándose hombres y mujeres, matrimonios y familias, que defiendan y protejan valientemente la familia, el único espacio que queda de humanización, el único lugar de la sociedad donde el hombre puede formarse como hombre, como persona; en otros lugares podrá formarse para ser ciudadano, productor, consumidor y otras cosas, pero lo fundamental de su personalidad lo recibirá en la familia, en el ámbito de los padres: padre y madre. Rogar, pues, a Dios que nadie arrebate, debilite o dificulte la misión educadora de las familias, ni usurpe los derechos inalienables y en modo alguno negociables que les corresponden en la educación de sus hijos: educando a los hijos en virtudes, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan a la obra de Dios y garantizan el futuro de la humanidad.
Para que tenga futuro nuestra sociedad, para que no sufra el invierno demográfico, ni se vea privada de la sonrisa, ni de la promesa y alegría de los niños, y para que pueda vivir en la paz donde cada uno es reconocido y respetado por lo que es como persona, necesitamos invocar a Dios que conceda luz, sabiduría, prudencia y decisión al Estado y a la sociedad para defender y promover matrimonio y familia en toda su verdad y extensión. Que ilumine la conciencia de los hombres de gobierno para que cumplan con su responsabilidad de servicio al bien común legislando decididamente en favor de la familia, protegiendo responsable y claramente los matrimonios y las familias con medidas y ayudas sociales apropiadas, porque es ahí donde el ser humano, objeto del bien común, encuentra su verdad y su realización. La familia es la verdadera e imprescindible escuela para una nueva economía, equitativa, al servicio del hombre y del bien común.
Estamos llamados y urgidos a que las familias, aun con las dificultades de hoy, tomen conciencia de sus propias capacidades y energías, confíen en sí mismas y en la gran misión que Dios les ha confiado: es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Así, es necesario que, sin miedo alguno, se abran y sigan a Cristo. Es preciso, para el bien de todos, hacer de las familias cristianas verdaderas «iglesias domésticas», lugares de encuentro con Dios y oración, centros de irradiación de la fe, escuelas de vida cristiana, así como enriquecer la vida de las familias y sostenerlas con toda la riqueza de vida que proviene de Cristo. Y para esto y por esto debemos orar a Dios, al tiempo que elevamos nuestra plegaria por las familias en dificultades o en crisis, rotas o desintegradas, con problemas de salud o de vivienda, necesitadas de trabajo o que sufren por cualquier otro tipo de carencia.
Al pensar en la familia y rezar por ella, no podemos dejar de hacerlo también por los niños y los jóvenes. Los pequeños, al ser los más frágiles y necesitados, son los que mayor atención, y cuidado merecen. Que Dios los guíe y los proteja, para que nunca les falte el amor y el cariño de sus padres, el abrigo del hogar, la tutela de la educación en la verdad; que en todo se vean respetados y no se les robe el alma con un ambiente social o una pseudocultura hedonista, permisiva, relativista, alienante y vacía. Por eso es necesario pedir a Dios que nos ayude a mejorar la calidad verdadera de la educación, a educar en la verdad que nos hace libres, a ofrecer o reclamar, por los cauces adecuados y legítimos, los derechos inalienables y no negociables en materia educativa. Pidamos en esta hora decisiva a Dios que, en materia de enseñanza, sea escuchado el clamor de los padres que piden para sus hijos una enseñanza religiosa en toda escuela.
No podemos olvidar en nuestra oración a los jóvenes. Lo tienen muy difícil. Son muchos los intereses que pretenden hacer presa de ellos. Por eso pidamos para ellos que no caminen como ovejas sin pastor, que encuentren quien les lleve a Jesucristo –Camino, Verdad y Vida–, porque es en Él donde encontrarán la felicidad auténtica que andan buscando, la raíz y la fuerza para ser verdaderamente libres, el camino que les oriente y les lleve a apuntar a lo alto, la razón de la esperanza que les impulse con sentido hacia el futuro, a ser hombres nuevos en una humanidad nueva, y la escuela donde hallar el verdadero, pleno, el profundo significado de palabras tan queridas para ellos, como son «paz, amor, justicia». Que Dios les conceda creer en Jesucristo, la verdad del hombre, inseparable de Dios, para que su vida se llene de sentido y de razones para vivir. Si conocieran el don de Dios, si conocieran a Jesucristo, si alguien los llevara junto a Él, seguro que estarían con Él y lo seguirían: Es lo que dijeron con toda claridad en la reciente Jornada Mundial de la Juventud.