En estos días de reclusión forzosa que tantos padecemos, hay sin embargo algunos elementos positivos. En una sociedad acostumbrada a vivir de prisa, este confinamiento nos está dando una cosa que no nos viene mal: tiempo. Tiempo que podemos utilizar en pensar, reflexionar y rezar.
En esta situación no puedo por menos de recordar una frase que nos dijo San Pablo VI la tarde del día de clausura del Concilio a los curas jóvenes que habíamos trabajado en él como acomodadores: “La tarea de vuestra vida va a ser predicar el Concilio”. Por lo que he pensado reflexionar sobre algunos de estos documentos, empezando por el capítulo sobre la Virgen de la Constitución sobre la Iglesia (Lumen Gentium), dado además que nos encontramos en el mes de María.
Recuerdo en este punto dos temas fundamentales de debate: dónde colocar lo que se iba a decir sobre la Virgen y el tema de la mediación de la Virgen.
Nadie ponía en duda la devoción de la Virgen de todos los Padres conciliares, pero mientras unos pensaban que la mejor manera de honrarla era dándole un documento para ella sola, para que así se viese mejor su puesto preeminente y su dignidad en la Iglesia, otros pensaban que dado que el tema central del Concilio era la Iglesia, no convenía que de ese tema central estuviese ausente la Virgen, dada la estrechísima conexión entre la doctrina eclesiológica y la mariológica, sin olvidar la función salvífica de la Virgen en la Iglesia. La votación en favor de integrar a lo que se decía sobre la Virgen en el esquema sobre la Iglesia fue aprobada por el estrecho margen de 1114 contra 1074.
Aunque, evidentemente, era una cuestión libre, creo fue un acierto, porque como capítulo octavo de la Constitución sobre la Iglesia queda mejor situada la Virgen en la perspectiva eclesiológica de la Historia de la Salvación.
Otro tema fue el de María Mediadora. Se hablaba de María, Mediadora de todas las gracias, y alguno, como mi obispo de aquella época, llegó a pedir que fuese dogma de fe. El tema fue tratado por el Concilio en los números 60, 61 y 62 de la Lumen Gentium. Pero ¿dónde quedaría entonces la Mediación universal de Cristo? ¿Cuál es la doctrina correcta?
El Concilio empieza por ello recordando las palabras de 1 Tim 2,5-6: “Porque uno es Dios, y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos”. Es decir, Jesucristo es Mediador único y universal. ¿Entonces María no interviene en nuestra salvación? El Concilio responde así: “Todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta” (LG nº 60).
El nº 61 se refiere a la cooperación de María en la obra del Salvador. Termina con esta frase: “Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia”.
Y sobre el título de Mediadora nos habla el nº 62. Antes de la penúltima redacción del Esquema se decía “Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada”; y entonces se añadió: “Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada con el título de Mediadora”. En la redacción final se añadieron otros títulos y se redactó así: “Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora”. Recuerdo que mis compañeros y yo, cuando vimos aquello, nos gustó mucho como había quedado; y es que en un Concilio no sólo hay teólogos muy capaces, también está presente la gracia del Espíritu Santo.