Sabia frase, y también obvia, como la sabiduría de aquel pueblo donde al ir para arriba llamar subir y al ir hacia abajo bajar; Perogrullo, para más datos. Toda cuesta arriba, que es la que nos hace sufrir, posee una nota característica, clave: hay algo arriba, y esa meta justifica la subida. Pero habría que preguntarse en estos primeros días del año: ¿Vemos la cumbre de la montaña? ¿Seremos capaces de subir? ¿Podemos subir de verdad, más allá de un sentimental “Yes, we can”?
Los datos negativos y el pesimismo nos circundan. Parece que la crisis nos ahoga por todas partes, y nos arrastra hacia abajo. Crisis multidisciplinar, económica, política, social, de libertad religiosa, de fanatismo que quieren bautizar como religioso, de principios morales... En una palabra, crisis del hombre. La crisis nos fortalece, afirman algunos, pero esa frase corre el peligro de convertirse en una utopía utópica si no está cimentada en algún principio, en una base sólida, en algún fundamento.
En una de las reuniones internacionales más numerosa de embajadores y diplomáticos, la que se celebra en Roma al inicio del año, Benedicto XVI recordaba a las casi doscientas naciones presentes: La crisis "puede y debe ser un acicate para reflexionar sobre la existencia humana y la importancia de su dimensión ética”. Puede tener un tinte positivo si nos lleva a esa reflexión, a ese acto propio de la naturaleza humana: somos cuerpo, materia, “dinero”, pero también espíritu, razón, rectitud, corazón, amor. Sobre esta base antropológica, se puede empezar a construir.
Contrasta en esta primera semana del año (primera semana del curso, semana ordinaria) dos líneas de noticias: por un lado las subidas de impuestos y recortes para casi todo hijo de vecino; por otro, la abundancia de dinero perdido en subvenciones (o supuestas subvenciones) empleado incluso, según rumores, em coca y fiestas. ¿Dónde está la base antropológica de unas acciones y otras? Sobre la necesidad de subir impuestos no me pronuncio. Ni soy economista ni tengo datos suficientes. Puede que sea justificable, después de otras medidas de austeridad pública en gastos, sueldos múltiples para un mismo destinatario, dietas y un largo etcétera. El juicio antropológico de la segunda línea de noticias salta por sí solo.
Con estas perspectivas, mejor dicho, con esta espesa niebla, ¿se ve la cumbre? ¿Podemos subir? ¿O más bien vamos cuesta abajo, con patines y sin frenos? El puro análisis de los hechos empuja hacia abajo, pero el deseo del corazón quiere subir. ¿Qué podemos hacer, en medio de estas dos tendencias? Si nos sentamos a llorar porque no se ve el sol, el llanto nos impedirá ver las estrellas que siguen tintineando. Los economistas hablan de “confianza”, y no están demasiado lejos.
Confianza, esperanza, en que el bien es más fuerte que el mal, la honradez que la corrupción, el amor que el odio. Confianza, en definitiva, en que Alguien sigue mirando nuestra historia, nos sigue cuidando como cuidó a aquel Niño, a su Hijo muy amado, en Nazaret. Y al constatar las numerosas injusticias, salta más a la vista que en algún sitio, en la otra vida, se hará justicia, la justicia que premia a los inocentes, después del huracán.
Esta esperanza no significa desentenderse del presente, resignarse sin más ante tantas injusticias que vemos en la sociedad. Significa hacer justicia en nuestro entorno inmediato, familia, trabajo, amistades. El que es honesto en lo poco lo será sobre lo mucho, y viceversa, el que no es honesto en lo grande, ¿cómo puede serlo en lo cotidiano de la vida? La suma de personas justas hará una sociedad justa, la suma de amor hará una sociedad llena de amor. Y junto a la justicia y el amor, el grito de denuncia ante las injustitas y la confianza, hecha trabajo diario, en el Altísimo.