Cada día nos rodean con más fuerza las redes sociales. Si las llamásemos con una única palabra, hace años que ya se habría erigido como “palabra del año”. Empresas, asociaciones, partidos políticos, fundaciones y hasta comunidades de vecinos consideran las redes sociales como uno de los puntos en torno al cual pivotea casi todo. Y uno de los cargos de relevancia de muchas empresas y asociaciones es “gestor de redes sociales”.
Parece un tema clave en la mercadotecnia actual, eso que nos gusta llamar márketing. Si no existes en internet, si no estás presente en las redes sociales, no existes, aunque seas un gran científico o un ocurrente pensador. Tenemos que trabajar y “jugar” en el mundo presente, con sus tendencias, presencias y ausencias. Pero a veces me pregunto hasta dónde nos atan esas redes. ¿Estaremos navegando dentro de unas grandes redes, a expensas de los pescadores, y perdiéndonos la maravilla de la inmensidad del mar? ¿Nos estaremos creyendo que somos libres, mientras nadamos en esa gran red, y nos dejamos guiar, manipular, por las tendencias globales, manejadas por unas minorías controladoras?
Hace ya algunos años escuché que estaban multiplicándose enormemente los “f-amigos”, los amigos de Facebook. Hoy tendríamos que hablar también de t-amigos, i-amigos, l-amigos… ¿Se llaman f-amigos porque son amigos de Facebook, o también porque son falsos amigos? No me refiero a los falsos perfiles de Facebook, y otras redes, que esconden a los nuevos ladrones y agresores del siglo XXI, que también los hay; los ciber-delincuentes. Me refiero a una falsedad más suave, más cercana y por lo mismo más peligrosa. Una falsedad que coincide con la pura virtualización, la despersonalización, la máscara de unas palabras escritas que no sabemos qué esconden ni a quién revelan.
Las redes sociales de las empresas son, actualmente, sus anuncios publicitarios, su ventana para vender su producto. El peligro es que las redes sociales de las personas sean lo mismo, su modo de venderse a la sociedad, de anunciarse. Y sabemos que los anuncios, los anuncios en televisión, en radio o en periódico, tienen un bajo nivel de credibilidad. Te dicen una cosa, pero con matices medio ocultos, mucha letra pequeña que apenas aparece en la publicidad. ¿Pero aplicamos esa misma credibilidad crítica a las fotos o comentarios de mis “contactos” de redes sociales?
Más que de “amigos”, tendríamos que hablar de “conocidos” a los que leemos, y que nos dan a conocer solo la parte que a ellos les interesa (frases ocurrentes, noticias, fotos de sus momentos maravillosos). Si cualquier acto comunicativo es susceptible de muchas subjetividades, empezando por el propio modo de comunicar o recibir el mensaje, ¡cuánto más en un intercambio de información virtual a través de las redes sociales! Los expertos hablan de que la comunicación no verbal supone más del 80% de nuestra comunicación; y en las redes sociales ésta desaparece casi totalmente.
¿Estaremos vaciando de contenido el término amigo, la trascendencia de seguir a alguien, como un discípulo sigue a un maestro? Sin despreciar las redes sociales, el mundo en el que nos toca vivir, creo que hemos de seguir apostando por las “redes vinculares”, aquellas que crean vínculos entre sus participantes y no meras ataduras. La atadura es algo externo, frío, forzado, como una cuerda que me ponen sobre las manos. El vínculo es mucho más profundo, es una unión, desde el corazón, a otro corazón. Y detrás de ese corazón está la grandeza de una persona, con sus conocimientos, sus ideas, sus afectos, sus detalles de cariño.
Juan Pablo II sintetizó muy bien esos vínculos humanos hace más de cuarenta años, cuando escribió la encíclica Familiaris consortio. Todo ser humano es hijo, hermano, y en muchos casos esposo y padre. Cuatro grandes vínculos, construidos además en ese orden.
Hijo, que sabe que Alguien le ama, le cuida y nunca le olvida. Ser hijo además es saberse necesitado, imperfecto, vulnerable, pero amado por Dios con el mismo amor filial que Dios Padre tiene hacia Dios Hijo. “Somos hijos en el Hijo”.
Hermano, que tiene hermanos carnales, primos hermanos, y hermanos cristianos. La verdadera fraternidad brota de saber que todos somos hijos de un mismo Padre que nos ama, a todos y a cada uno.
Esposo y padre: consientes de haber recibido tanto amor no podemos menos que comunicarlo, que transmitirlo. Y esos vínculos llevan a vincularnos en una nueva familia, que nos da estabilidad y esperanza ante el futuro.