El escandalete que provocó el vídeo del cantante C. Tangana grabado en la catedral de Toledo dejó muchos flecos sin discutir. En realidad, casi toda la discusión se centró en dirimir si el vídeo de marras constituía una ‘profanación’; y así se evitaron otras cuestiones más incómodas o desazonantes. Si por ‘profanación’ entendemos, como nos propone el diccionario, «tratar algo sagrado sin el debido respeto» parece evidente, en efecto, que la grabación de bailes con derecho a magreo en una catedral podría serlo.
Sin embargo, habría que preguntarse si la catedral de Toledo y, en general, los templos católicos (siquiera aquellos que actúan como reclamo turístico) no fueron profanados hace mucho tiempo. Cada vez que he visitado una catedral de relumbrón, dentro o fuera de España, me he quedado en verdad estremecido ante el espectáculo sobrecogedor del lugar sagrado convertido en parque temático para solaz de hordas de turistas ataviados de los modos más sórdidos –pinreles en chanclas, camisetas reventonas de michelines, tops meloneros, etcétera–, que se enseñoreaban del templo, lanzando risotadas y voces destempladas y chocarreras, haciéndose selfies o fotos homínidas ante el altar mayor, mientras Dios se escondía (o lo escondían quienes más obligados estaban a mostrarlo) en alguna capilla esquinada y sombría.
Me pareció, en verdad, un poco grandilocuente y farisaico el escandalete montado en torno al vídeo del cantante llamado C. Tangana cuando las catedrales católicas llevan mucho tiempo convertidas en tanganas donde las hordas turísticas hozan a gusto, convirtiéndolas en lo que el profeta Daniel denominaba la «abominación de la desolación», cuando no en la «cueva de ladrones» que denunció el mismo Cristo (porque no debemos olvidar que esas hordas de turistas en chanclas y top melonero pasan previamente por taquilla, exactamente igual que el cantante llamado C. Tangana).
Así que los aspavientos y jeribeques del catolicismo pompier ante el vídeo de marras se me antojaron histrionismos farisaicos. Pues un Dios que soporta el diario vómito de fealdad ufana y choni que llena sus templos igualmente puede soportar los contoneos de una tía jamona y un tío cani; y, desde luego, si Dios ha sido ultrajado por la grabación de ese vídeo mucho antes lo ha sido por su reclusión en capillas esquinadas y sombrías, para que los templos queden convertidos en parques temáticos del turismo.
El deán de la catedral, para justificar el permiso concedido para el rodaje del vídeo, alegó que la catedral siempre había procurado «mantener un diálogo sincero con las manifestaciones culturales del momento». Luego el deán sería desautorizado y destituido, porque se necesitaba un chivo expiatorio que aplacase las iras del catolicismo pompier; pero su alegación resulta por completo congruente con la concepción de diálogo imperante en círculos eclesiásticos oficialistas, que es exactamente la opuesta a la que la Iglesia tradicionalmente sostuvo.
Pues la Iglesia, en efecto, siempre ‘dialogó’ con las manifestaciones culturales del momento: lo hizo con Mozart, que compuso un sublime motete de tema eucarístico, el Ave verum corpus, sobre la letra de un himno del Papa Inocencio VI; y lo hizo también con las tribus bantúes del Congo, que compusieron sobre la liturgia secular de la Iglesia la bellísima misa luba, que luego popularizaría Pasolini, utilizando su Gloria como banda sonora de su película El Evangelio según San Mateo.
Era tal la capacidad de ‘diálogo sincero’ de la Iglesia con las ‘manifestaciones culturales del momento’ que incluso podía atraer a artistas ateos como el propio Pasolini, quienes aceptaban las convenciones del arte religioso para brindarle los frutos más granados de su genio.
‘Dialogando’ con las manifestaciones culturales de cada momento, la Iglesia logró, en efecto, inundar el mundo de belleza, por la sencilla razón de que guardaba la Belleza en su alma, y la colocaba en el centro de su vida y en el altar mayor de sus templos, dedicándole el culto debido. Pero ¿qué diálogo va a entablar la Iglesia con las manifestaciones culturales de su tiempo si renuncia a la Belleza, si la expulsa de su centro, si convierte sus templos en parques temáticos para hordas de turistas, si degrada el culto y lo convierte en pachanga guitarrera? Las más excelsas manifestaciones del arte fueron inspiradas por la Belleza que la Iglesia custodiaba; tal vez si ahora se tiene que conformar con ser depositaria de tanganas grimosas es porque antes ha defraudado esa Belleza que custodiaba, confinándola en capillas esquinadas y sombrías, o brindándole un culto feísta y pachanguero. Nadie puede dar lo que no tiene. Y quien deja de dar Belleza, por allanarse ante el mundo, acaba recibiendo fealdad.
Publicado en XL Semanal.