La Iglesia, continuadora de Jesucristo, siempre se ha visto a sí misma como signo de contradicción. Con la sangre de sus mártires se ha opuesto a todo tipo de regímenes paganos y totalitarios, alumbrando así en cada época un espíritu opuesto al de sus coetáneos.
Cuando el nacionalsocialismo envenenó las mentes de millones de alemanes y austriacos, el Papa y los obispos realizaron una severa advertencia: las ideas nazis podían conducir a una nueva persecución religiosa, más rigurosa que la de Nerón, más extendida que la de Diocleciano. Las ideas de Hitler podían llevar a una nueva destrucción de Europa. Y así fue. El Tercer Reich asoló el viejo continente, aniquiló razas enteras y destruyó toda forma cultural europea que no se ajustara a su relato histórico.
En ese clima de furor y rabia, los alemanes se lanzaron enérgicamente a la creación de un hombre nuevo y de un mundo nuevo. Aunque a simple vista parece que la nación entera se consagró a esta visión, un puñado de patriotas se opusieron con valentía a la corriente de los tiempos, pagando con su vida la osadía de denunciar la maldad del régimen nazi. Muchos de estos opositores eran cristianos. Se cumplía de nuevo aquel versículo del Evangelio: éste ha sido puesto como signo de contradicción.
José María García Pelegrín recoge en su nuevo libro, titulado Mártires de la conciencia. Cristianos frente al juramento a Hitler (Digital Reasons), las historias de diez fieles católicos de enorme valentía, que se negaron a jurar fidelidad a Hitler por considerar este juramento contrario a su fe. Todos ellos fueron ejecutados como consecuencia de esta negativa.
El autor rememora el contexto personal de cada uno de estos mártires, sus historias familiares, sus ocupaciones y labores, sus amistades, sus aficiones, su persecución política, y su muerte. Con ello se persigue un objetivo claro: recordar a todos aquellos que dieron más valor a su conciencia que a sus propias vidas, oponiéndose de manera oculta y desapercibida a la destrucción de su fe, de su nación y de Europa. Así pues, estas historias nos afirman a todos los cristianos en la sacralidad de nuestra conciencia, frente a la que los poderes del mundo nada pueden hacer.
Así, en este libro Pelegrín rescata del olvido las vidas de diez mártires que fueron ejecutados por motivos religiosos. No querían jurar fidelidad a Hitler porque su fe se lo impedía. Junto con personajes más populares como Franz Jägerstätter (película Vida oculta, de Terrence Malick) se alternan otros totalmente desconocidos, pero con historias de una riqueza y una vitalidad extraordinarias, como la del sacerdote Franz Reinisch o la del tirolés Josef Mayr-Nusser. Todas estas tramas dialogan entre ellas, y nos interpelan con una fuerza extraordinaria, llamándonos a formar y a cuidar especialmente nuestra fe y nuestra conciencia. Por otro lado, al monumento de estas vidas se añade el monumento literario construido por Pelegrín, que sabe conjugar con una extraordinaria maestría la sencillez en la exposición con una profunda visión de conjunto.
En conclusión, el lector se encuentra ante un libro vivo, capaz de despertar su mente dormida y renovar las fuerzas de su cansada voluntad, situando frente a él el testimonio de personas extraordinarias, que supieron entregar su vida a Dios, aun sabiendo que esa misma entrega iba a pasar desapercibida en su tiempo, que no iba a ser comprendida ni compartida por absolutamente nadie. Se nos recuerda, en definitiva, la importancia que debe tener para todos los cristianos aquello que decían los apóstoles: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29).