El pasado mes de noviembre de 2011 un panel de expertos de la Royal Society of Canada (RSC), presidido por el profesor Udo Schuklenk, ha publicado un informe titulado “Decisión al final de la vida” en el que analizan la situación de la eutanasia y aportan algunas sugerencias al respecto, desde una posición muy favorable a la misma. La RSC es una institución canadiense creada en 1882 que se dedica a reconocer la excelencia en el aprendizaje y la enseñanza.
El informe analiza la situación de los cuidados al final de la vida en Canadá y el marco legal en ese país. A continuación entra de lleno en un análisis ético. En él, los expertos llegan a la conclusión de que dentro de una escala de valores bioéticos, el valor principal es el de la autonomía del individuo, principio que denominan como el de auto-determinación, al cual consideran la piedra angular de las sociedades democráticas. Ya Stuart Mill había indicado que el papel fundamental del Estado es proteger la soberanía del individuo en las acciones que tienen que ver consigo mismo. Para el padre del utilitarismo, ningún poder puede intervenir en las decisiones que uno toma respecto de sí mismo. Es decir, que cada individuo tiene el derecho a actuar de acuerdo a su propia voluntad en tanto que tales acciones no perjudiquen o dañen a otros. Kant, por su parte, defendía con los filósofos ilustrados que para que el hombre sea capaz de decidir por sí mismo es preciso que previamente disfrute de la autonomía de la razón, iluminada por la educación. Esta iluminación permite al hombre salir de su inmadurez innata, entendida ésta como la incapacidad para lograr el auto-conocimiento sin contar con la ayuda de otros. Por eso, la responsabilidad del Estado es ayudar a esta tarea formativa de las conciencias, para permitir así que el individuo pueda tomar sus propias decisiones.
Los miembros de la RSC opinan en el informe que al actuar así hay un claro riesgo de caer en un paternalismo del Estado que limite la autonomía del individuo bajo la excusa de proporcionarle los medios para poder ejercer efectivamente tal capacidad de auto-determinación. Como consecuencia lógica de estas premisas, el informe señala que si alguien es competente, y solicita libremente asistencia para matarse, debería ser ayudado a ello, puesto que el Estado no puede negarse a cumplir con la voluntad soberana de los individuos en lo que a ellos mismos compete. Así pues, para estos líderes del pensamiento, con la eutanasia no se trata de evitar caritativamente el sufrimiento de los enfermos terminales: Por encima de ello, se trata de respetar el valor supremo de la autonomía del individuo que desea matarse. Bien es verdad que, teniendo capacidad para actuar, uno siempre podría coger un arma y pegarse un tiro. Pero es lógico entender que ciertas personas no tengan el valor de hacerlo (a pesar de desear acabar con su vida) o de dejar a sus familiares con la desagradable consecuencia de tener que limpiar los restos de su cerebro esparcidos por la habitación. Y por ello, solicitan ayuda médica para matarse sin manchar el suelo de la cocina (y perdonen la simpleza). Amén de otros que, aunque quisieran, no tiene capacidad física para provocarse a sí mismos la muerte.
"La manera en que morimos", concluye el panel, "refleja lo que creemos que es importante, tanto como las otras decisiones fundamentales de nuestras vidas.” Por tanto, en un Estado que protege los derechos individuales, decidir cómo y cuándo quiere uno morir debería reconocerse como un derecho fundamental. Aún más, como el principal de los derechos.
Respecto a la objeción de conciencia de los médicos, el informe propone una curiosa solución: Aceptan que un médico por cuestiones de conciencia no quiera practicar la eutanasia. Pero consideran que en ese caso, debe derivar al enfermo a otro médico que sí lo quiera hacer. Es decir: “Yo estoy en contra de matar, pero mire usted, vaya a esta otra persona que sí le matará tranquilamente”. Está claro que para los expertos, el derecho a la propia autonomía del enfermo tiene preferencia sobre el de los médicos, si bien el informe reconoce que no saben cómo resolver este dilema…
Sorprendente, en fin un informe pro-eutanasia redactado por supuestos expertos, que resulta tan pobre de argumentos que los agota en sí mismos y se queda sin ellos. Por la pobreza de sus argumentos no alcanza siquiera la categoría mínima necesaria para poder ser utilizado por el “doctor” Montes en su defensa de la muerte. Aunque, quién sabe. A lo mejor les estoy dando ideas…