Recuerdo que en tiempos del Concilio, mi obispo de aquella época nos dijo que a la pregunta de si añadirían algún nuevo dogma de fe contestó: María, Medianera de todas las gracias. En línea opuesta, no hace mucho oí a un sacerdote oponerse a la intercesión de la Virgen y los santos, si bien ya en los evangelios tenemos varios casos de intercesión, de los que el más importante es la intervención de la Virgen en las bodas de Caná (Jn 2,1-11). Veamos por tanto qué es lo que nos dice el Magisterio de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II aborda este problema en la constitución Lumen Gentium. Allí nos dice: “Uno solo es nuestro Mediador según las palabra del Apóstol: «Porque uno es Dios, y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos» (1 Tm 2, 5-6). Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Pues todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder" (nº 60).
“Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador” (nº 62).
En cuanto a la intercesión de los santos, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica [CEC]: “No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra. [...] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49)”(CEC, nº 956).
Pero también nosotros podemos tener una oración de intercesión: “La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. Él es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es capaz de «salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor» (Hb 7, 25). El propio Espíritu Santo «intercede por nosotros [...] y su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm 8, 26-27)» (CEC, nº 2634).
“Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca «no su propio interés sino [...] el de los demás» (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (cf. San Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34)" (CEC, nº 2635),
También nosotros podemos interceder en nuestras oraciones por otros y especialmente por los difuntos: “Es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados (2 Mac 12, 46)" (LG 50).
"Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor” (CEC, nº 958).