Llega la Navidad. Ante los hombres, el acontecimiento más decisivo de la historia: nada se le puede comparar. La Navidad, este año y siempre, nos invita a entrar limpiamente en la hondura de su verdad y a vivirla en cuanto entraña. Son muchas las cosas que la desfiguran, como los gastos de consumo y los despilfarros sin base ni sentido en estos días –seguramente menos este año por la crisis económica–, las frases humanitarias que suenan a hueco en un mundo tan deshumanizado, o los sentimentalismos estrechos con que a veces se la rodea. Detrás de la exterioridad artificial de las fiestas navideñas se esconde la verdad silenciosa de que Dios se ha acercado tantísimo al hombre que se ha hecho uno con él –parece imposible–, y se ha comprometido irrevocablemente con él: Dios sale al encuentro del hombre y se hace hombre. ¡Esta es la verdad de la Navidad! Dios ha entrado definitivamente y por completo en nuestra historia, tejida de dolores y sufrimientos, de alegrías y esperanzas, de búsquedas y hallazgos, de fracasos y logros. Se ha identificado con ella: nada nuestro le es ajeno, la humanidad de Dios es nuestra propia humanidad. Ya la suerte de nuestra historia es inseparable de Dios que ha enviado su Hijo al mundo, Enmanuel, Dios-con-nosotros: Dios con el hombre y para el hombre. No es posible concebir, ni realizar, la historia humana sin Jesucristo y, menos aún, contra Él, que ha introducido en ella y ha hecho germinar para siempre el altísimo valor y la dignidad inviolable de todo ser humano, amado hasta este extremo por Dios. A partir de ese Niño de Belén, Jesucristo, cercanía suprema de Dios e identificación plena con la Humanidad -con cada uno de los seres humanos-, ningún hombre debería ser violado, pisoteado, o denigrado, herido o eliminado: tan alta es su grandeza a partir de este hecho único en la historia que ha cambiado y renovado por completo la historia de los hombres.
La celebración de la Navidad nos está gritando que no cabe en modo alguno dar la espalda al hombre, cuando se vive de cara a Dios, porque Él ha dado la cara por el hombre. Son tantas las cosas, empero, y tantos los acontecimientos que nos muestran un mundo que, de hecho y cruelmente, da la espalda al hombre, a pesar de todas las proclamas en contrario. ¿Por qué tenemos la crítica situación que tenemos si no es porque se ha dado la espalda al hombre, porque no se ha tenido en cuenta al hombre como criterio y razón de la economía, del desarrollo, de la acción política, del mismo cuidado de la naturaleza...? Algunos consideran que «meter» en todo esto a Dios es una alienación y una sinrazón. Por extraño y absurdo que suene a muchos oídos «bienpensantes» de hoy, todo esto que nos sucede y aqueja en grados inimaginables está acaeciendo al tiempo que se le da la espalda a Dios: ¿mera coincidencia, o consecuencia? No es ajeno, en efecto, este caminar al margen de Dios, sin Él o contra Él, al andar en dirección contraria a la verdad del hombre.
Caminar en dirección contraria a la verdad del hombre es darle la espalda con una cultura que pretende sustentarse en vano sobre la imposible base del relativismo y de la negación de la verdad. Se le da espalda al hombre con una economía que busca por encima de todo el lucro o que supedita todo a la misma economía, o que no favorece el trabajo para todos; o también con una forma de vida en la que prima, sobre cualquier otra cosa, el tener y el disfrutar egoístamente, o con una forma de organización de la sociedad que prioriza los intereses particulares del tipo que sean más que el bien común. Caminar en dirección contraria a la verdad del hombre es dar la espalda al hombre con la violencia y el terrorismo, con la guerra, con la venganza y el odio, con el hambre y la injusticia estructural en el mundo, con las múltiples maneras de atentar contra la vida, como la difusión del execrable crimen del aborto, las sutiles formas de eutanasia, o las tan diversas manipulaciones del ser humano cuando todavía es un embrión. Dar la espalda al hombre es la explotación y el abuso sexual de menores y de mujeres, o la trivialización de la belleza y grandeza de la verdad de la sexualidad inseparable del amor verdadero, o su distorsión con falsas maneras de entender la educación de la misma sexualidad. Caminar en dirección contraria a la verdad del hombre es atentar contra la verdad de la familia y del matrimonio, destruirla o no protegerla en todos sus propios e ineludibles cometidos. Se le da la espalda al hombre con el tráfico y consumo de drogas que alienan y envilecen, y que tan terribles y dañinas consecuencias están teniendo en la economía, en la seguridad de los ciudadanos; se le da la espalda con ese largo, muy largo, cúmulo de abusos y menosprecio de la dignidad de la persona. Lo que estamos viviendo en esta etapa de la historia de la humanidad debería volvernos más a Dios para volvernos más a los hombres, para inclinarnos hacia el bien de todo hombre: como en el nacimiento del Dios–con– nosotros. ¡Es posible que todo hombre sea amado por él mismo, que todo ser humano sea reconocido en su dignidad inviolable más propia, que todos podamos gozar de la libertad que manifiesta la verdad más auténtica de la persona, que se establezcan el derecho, la justicia y la paz! No soñamos, ni inventamos nada nuevo, no lanzamos ninguna utopía inalcanzable y meramente bonita o deseable ante la dureza de la realidad. ¡Es ya real en nuestra historia, a partir de Jesucristo, Hijo único de Dios que nace de una Madre virgen en Belén de Judá! En el tronco envejecido y tan agostado de la humanidad, hace más de dos mil años, ha brotado un vástago nuevo, un Hombre nuevo: Jesús, salvador y esperanza, el Sí más total e irrevocable en favor del hombre. ¡Feliz Navidad!