El haber tenido hoy una misa por los difuntos de la Asociación de Huérfanos del Ejército me ha hecho preguntarme sobre cuál es la relación entre el Ejército y la Iglesia y cuál es la postura de la Iglesia ante el Ejército.
La referencia de Dios como Señor de los Ejércitos se encuentra en numerosas ocasiones en la Biblia. Cito simplemente los Salmos 46,12 y 89,9.
En el Evangelio de Lucas encontramos un texto muy claro sobre los deberes de los militares: “Unos soldados igualmente le preguntaban [a San Juan Bautista]: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”. Él les contestó: No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga” (Lc 3,14). Está claro que no les dice: “Debéis dejar las armas”.
El tema de la paz y como consecuencia su contrario la guerra es el objeto del capítulo V de la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, en sus números 77 a 90 inclusive. Sobre el ejército en sí nos dice el Concilio: “Los que, al servicio de la patria, se hallan en el ejército, considérense instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien esta función contribuyen realmente a estabilizar la paz” (GS, 79). Creo que las misiones que realizan nuestras Fuerzas Armadas en numerosos países extranjeros entran plenamente en la realización de lo que el Concilio pide a los militares. Y es que la paz no es mera ausencia de guerra, sino que, como ya dijo el profeta Isaías, la paz es “obra de la justicia” (Is 32,17).
La justicia se expresa principalmente en el respeto a la dignidad de las personas y de los pueblos y en la ayuda eficaz a su desarrollo. Luchar por la paz es luchar contra las injusticias y favorecer las instituciones internacionales que favorecen la cooperación entre los pueblos. Las personas, las asociaciones y las instituciones debemos comprometernos en el reconocimiento de la libertad de los demás.
Pero la tarea del Ejército ha de realizarse también en el territorio nacional. El artículo 8 de nuestra Constitución dice en su párrafo primero: “Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Queda claro que la tarea y el deber del Ejército es defender la independencia, la integridad territorial y la Constitución contra los que intentan destruir cualquiera de estas cosas.
Y es que atacar cualquiera de estas cosas, especialmente por medios ilegales, es atacar directamente el Bien Común. Por ponernos fuera de nuestro país, Juan Pablo II escribió una carta en 1994 a los obispos italianos en la que advertía de los peligros del separatismo: “Me refiero especialmente a las tendencias corporativas y a los peligros de separatismo que, al parecer, están surgiendo en el país. A decir verdad, en Italia, desde hace mucho tiempo, existe cierta tensión entre el Norte, más bien rico, y el Sur, más pobre. Pero hoy en día esta tensión resulta más aguda. Sin embargo, es preciso superar decididamente las tendencias corporativas y los peligros de separatismo con una actitud honrada de amor al bien de la propia nación y con comportamientos de solidaridad renovada”. De nuevo el Papa, en 1996, salió en defensa de la unidad de Italia en un mensaje a la Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana, exhortando al “testimonio claro de los creyentes y su capacidad de proponer y defender aquella grande herencia de fe, de cultura y de unidad que constituye el patrimonio más precioso de este pueblo” (9 de mayo de 1996).
Hay ideas políticas con las que es peligroso jugar, porque pueden ocasionar grandes males.
Por su parte, la Conferencia Episcopal Española en su documento Orientaciones morales ante la situación actual de España, del 23 de noviembre de 2006, dicen: “73. La Iglesia reconoce, en principio, la legitimidad de las posiciones nacionalistas que, sin recurrir a la violencia, por métodos democráticos, pretendan modificar la unidad política de España. Pero enseña también que, en este caso, como en cualquier otro, las propuestas nacionalistas deben ser justificadas con referencia al bien común de toda la población directa o indirectamente afectada. Todos tenemos que hacernos las siguientes preguntas. Si la coexistencia cultural y política, largamente prolongada, ha producido un entramado de múltiples relaciones familiares, profesionales, intelectuales, económicas, religiosas y políticas de todo género, ¿qué razones actuales hay que justifiquen la ruptura de estos vínculos?”. No nos olvidemos además de que “la soberanía Nacional reside en el pueblo español”, como dice el artículo 1 de nuestra Constitución.