La canonización de María Antonia de Paz y Figueroa (Mamá Antula) es una excelente oportunidad para reflexionar sobre la Argentina y sus orígenes. Es cierto que los santos son un ejemplo para todo el mundo cristiano, pero también ellos tienen un mensaje particular. La patria marca a las personalidades configurando el genio y la figura de cada uno.
Habiendo vivido entre 1730 y 1799, alguno podría objetar que Mamá Antula no era argentina dado que su vida transcurrió en los años del dominio español en América. En realidad, el origen de las patrias se hunde en el humus de la historia y de la tradición cultural. La Argentina procede de España, de la España que, habiendo culminado el período de la Reconquista, se lanza hacia América con el común espíritu de cruzada. ¿Cuándo datar, entonces, el nacimiento de la Argentina? Por considerar un hecho, tanto histórico como, a la vez, simbólico, podríamos apuntar el 1º de abril de 1520, fecha en la que, en el contexto de la expedición de Hernando de Magallanes y de Sebastián Elcano con el apoyo de la Corona Castellana, fray Pedro de Valderrama, capellán de la expedición, celebró en San Julián (la actual Provincia de Santa Cruz), la primera misa en territorio patrio. Lo hizo en la Solemnidad del Domingo de Ramos.
Esto dicho, también debe reconocerse que, sin perder de vista ese espíritu católico que inspiró la obra de España en América, el ambiente cultural de la época, vinculado a la modernidad, dejó huella en su vida y en la de los pueblos confiados a su paternal cuidado. Sin embargo, el balance fue provechoso. España forjó otras tantas cristiandades en América -incluidas las reducciones guaraníticas, preciosa expresión de una auténtica inculturación de la Fe católica- que son su más precioso legado a la historia de la humanidad.
Mamá Antula, entonces, es una digna representante de esa Argentina forjada por España en el espíritu tradicional en medio de los cambios culturales de época.
Dicho esto, tal vez alguno podría establecer una conexión entre la Argentina de Mamá Antula y la ideada bajo la inspiración del liberalismo no sin ciertos toques de catolicismo, una de cuyas concreciones fue el texto de la Constitución Argentina de 1853. Una y otra son como el agua y el aceite, sin dejar de tener en cuenta los aciertos parciales de los sucesivos gobiernos hasta la fecha.
Guste o no, la Argentina de Mamá Antula fue derrotada en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) cuando el general Urquiza, argentino, aliado con el Imperio del Brasil, venció a la Confederación Argentina y fue casi definitivamente extinguida en la década del 80 del siglo XIX. Lo que no quita que quede un humus y cierto reflejo de catolicismo incluso entre quienes militaron y militan contra él en la vida social.
Volvamos a Mamá Antula. Si más de un ejercitante en el siglo XIX que pasó por la Santa Casa fundada por ella en Buenos Aires hubiera hecho bien sus Ejercicios, la Argentina podría haber sido un gran país enraizado -raíces argentinas cristianas- estratégicamente aliado con el auténtico progreso.
A más de cinco siglos de la primera Misa celebrada en territorio argentino, a más de 200 años de la Revolución de Mayo y de la Independencia, a más de 170 años de la sanción de la Constitución Nacional Argentina y de otros tantos aniversarios, los argentinos seguimos desorientados y encandilados por ideologías como el liberalismo en cualesquiera de sus metamorfosis.
Sin embargo, del mismo modo que otras naciones, la Argentina tiene a dónde volver para ser un gran país. Su oriente es la tradición histórico-cultural enraizada en el catolicismo que forjó a España y con la que la misma España esculpió a los pueblos de América como cristiandades. En los orígenes está el secreto del auténtico progreso.