Cuando estamos esperando un acontecimiento importante y bonito en nuestra vida, nos ponemos a prepararlo con tiempo. Ya en la preparación disfrutamos del evento, y las dificultades que haya que superar, se superan con alegría. La alegría de lo que va a suceder nos estimula en la misma preparación, la alegría del acontecimiento se nos anticipa cuando estamos preparándolo.
En este segundo domingo de adviento, sale a nuestro encuentro Juan el Bautista, “el que va delante del Señor a preparar sus caminos”, invitándonos a preparar los caminos del Señor que viene a salvarnos. Cuando el camino está expedito, se facilitan las comunicaciones, es más fácil llegar. El Señor viene y quiere entrar en nuestras vidas, cambiarlas, para hacernos más felices, si vivimos con él.
Nos ponemos a la tarea. En el tiempo de adviento, Dios quiere intensificar nuestra esperanza, purificando nuestra memoria. Muchas cosas del pasado nos estorban, nos sirven de lastre. Nuestros pecados y nuestras experiencias negativas nos impiden esperar. Apoyados en nosotros mismos y en lo que nos ha pasado anteriormente, pensamos que nos va a suceder lo mismo y se nos cierra el horizonte del futuro. ¡Hemos empezado tantas veces a ser mejores, y después hemos vuelto a caer en lo mismo de siempre! El tiempo de adviento viene a decirnos: Es posible cambiar definitivamente, éste es el tiempo propicio, el Señor te ofrece de nuevo esta posibilidad, no la desaproveches.
Proyectamos el futuro apoyados en nuestro pasado. El adviento, al anunciarnos la venida del Señor, nos invita a abrirnos a lo nuevo que Dios quiere hacer en nuestras vidas. Viene Él en persona a salvarnos, y Él tiene poder para cambiar nuestras vidas, para hacer algo nuevo en nosotros. “Él os bautizará con Espíritu Santo”. Jesucristo viene para llenarnos de su Espíritu, que nos hace capaces de amar, y nos llevará a la plenitud de ese amor, a la plenitud de la santidad.
El tiempo de adviento es un tiempo penitencial, es un tiempo de conversión a Dios, pero se trata de una penitencia llena de esperanza, una penitencia que disfruta de la alegría del acontecimiento al que se prepara. El Señor viene constantemente a nuestra vida, quiere unirse a cada uno de nosotros más intensamente, quiere comunicarnos sus dones y hacernos partícipes de su felicidad. El acontecimiento de la Navidad que se acerca es “Dios con nosotros”, y por eso hemos de hacerle sitio en nuestro corazón.
En este camino de preparación, la Virgen María tiene un protagonismo singular. Ella es la llena de gracia, la que ha sido librada del pecado, incluso del pecado original, la Inmaculada Concepción, cuya fiesta vamos a celebrar en los próximos días. La fiesta de la Inmaculada nos pone delante de los ojos el primer fruto de la redención. Lo que Dios ha hecho en ella, quiere hacerlo en su medida en cada uno de nosotros, puros, llenos de su gracia, inmaculados en su presencia. María nos va a dar a Jesús en la Nochebuena. Ella nos alcance la pureza de corazón para acoger a Jesús que viene a salvarnos. Ella nos ayude a entender que Dios quiere hacer nueva nuestra vida. Ella nos haga esperar al que viene a salvarnos, porque sólo en Él tenemos la salvación.