Lo del obispo de Solsona abandonando el sacerdocio para irse a vivir con una mujer (como dan ya por seguro numerosos medios de comunicación) ha dado lugar a ríos de tinta y a miles de golpes de teclado. No es para menos, claro, puesto que es algo poco frecuente. Pero, entre los muchos comentarios publicados, me ha llamado la atención –dolorosamente, he de decir– la dureza de muchos que se presentan como católicos y que han cargado con poca piedad contra Novell. Algunos, incluso, parece que se han alegrado.
Xavier Novell se ha convertido en los últimos años –seguramente por decisiones suyas muy cuestionables– en un pim pam pum para los sectores más diversos. Independentista, pero ortodoxo doctrinalmente; joven, pero arraigado en el Magisterio de la Iglesia; convencido de la necesidad de la nueva evangelización, pero enfrentado a gran parte de un clero muy politizado y envejecido de su diócesis. Y, claro, todos –a izquierdas y derechas– han querido hacer leña del árbol caído: desde “desequilibrado mental”, “fundamentalista” y “retrógrado” hasta “separatista”, “vanidoso”, “altanero” e, incluso, los que le achacaban que fuera “guapo”. Que en un sacerdote debe ser poco menos que pecado. ¿Ésa es la actitud que debe tener un cristiano ante el hermano caído?
Vayamos por partes. Que un obispo abandone el sacerdocio y su ministerio para irse con una mujer es moralmente reprobable. Además, provoca un escándalo en la comunidad y, como tal, debe ser definido. Hasta ahí, de acuerdo. Ése es el plano moral. Al pan, pan, y al vino, vino. O, como lo dice la Escritura, “¡Ay de los que llaman al mal, bien, y al bien, mal; que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas; que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Is 5, 20). Pero, a partir de ese momento, cabe preguntarse –si se es cristiano, desde luego– cómo actúa Cristo en un caso así.
Créanme: yo también llevo mi pequeño fariseo adentro, que carga inmisericordemente en primer lugar contra mí, encargándose con ejemplar celo de restregarme por la cara mis caídas, faltas y pecados y, en segundo lugar, ejerce de censor eficientísimo contra los que me rodean. Es verdad que, con el tiempo, he ido acallando la voz de ese fariseo justísimo y rectísimo (que no busca mi bien ni el de los demás, sino mi culpabilidad y perdición), pero reconozco que aún tiene poder sobre mí. Si me descuido, me sumo a la recua de leñadores que dejan hecho trizas el árbol caído.
A mí, la actitud que hemos visto en estos días en muchos censores modernos me recuerda a la de aquellos fariseos de la época de Jesús que le arrojaron a “aquella mujer sorprendida en flagrante delito de adulterio”. Lo encontramos en el Evangelio de San Juan, capítulo 8. Y creo que el eco de la respuesta que Cristo pronunció hace dos mil años sigue reverberando por las paredes de la historia hasta alcanzar nuestros días: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”.
Me da la impresión de que muchos de los que apedrean virtualmente estos días a Xavier Novell lo hacen por el exclusivo deseo de defender sus posturas político-ideológico-morales-eclesiales. Y ahí no hay rastro de amor. Pero, además, se da un pecado más grande aún: el de creernos que nosotros “nunca cometeríamos un escándalo tan grande”. Y, detrás de esto, hay algo terriblemente peligroso: el creer que estamos salvados por nuestras buenas obras, y no por la Sangre de Cristo Jesús. Creer que es nuestra vida de rectitud y esfuerzo la que nos hace ganar el cielo, y no darnos cuenta de que es el Señor quien ha tenido una profundísima misericordia de cada uno de nosotros. ¡Por eso juzgamos y despreciamos, en vez de, sin negar el pecado cometido, ofrecer el brazo al hermano caído! ¿No fue eso lo que hizo Jesús con la samaritana?
Y todos aquellos que se muestran confiados, no porque son buenos, sino porque sus caídas, que tal vez sean más graves, no han salido aún a la luz, ¿se verán tan reconfortados cuando, en el día de Juicio, todos conozcan nuestras vergüenzas? ¿Alguno de nosotros se va a librar de ese día?
Así que acallemos al fariseo censor que llevamos dentro; oremos unos por otros; reconozcamos el mal allá donde se encuentre, y ofrezcamos nuestro brazo al hermano caído. Que no es cristiano eso de arrojar piedras al que ha pecado.