El PSOE, con las aplastantes derrotas electorales sufridas últimamente (municipales y autonómicas en mayo, generales ahora en noviembre), ha representado, en cierta manera, una tragedia al modo clásico, cuyo “héroe”, ofuscado por la soberbia del poder y el sectarismo, termina derrotado de forma humillante por el coro, es decir, el electorado, en castigo a sus tropelías y desmesuras.
En efecto, el “héroe” de esta fábula trágica contemporánea, aupado a la poltrona dorada del poder por circunstancias dramáticas ajenas por completo a los mecanismos democráticos, como los hechos terribles del 11-M de 2004, en cuanto se vio instalado en el incómodo palacete de la Moncloa, se dedicó a pisar callos a diestro y siniestro, sin pensar que algún día tantos pisotones y tan dolorosos, podrían pasarle factura, como ha sucedido.
ZP, en su trayectoria avasalladora, no se inspiró en modelos clásicos de la izquierda, de la que presumía. Así, por ejemplo, no siguió los dogmas de Marx, como no fuese en la lucha de clases –en este caso lucha de géneros- del feminismo radical. Y más por razones demagógicas que por motivos nobles. Situar al frente del ministerio de la guerra a una dama que no tenía ni puñetera idea del sector que le había encargado gestionar, era toda una pasada, pero al mismo tiempo una verdadera afrenta a los profesionales de uniforme que ponen los muertos en los frentes de batalla.
Tampoco se inspiró en las teorías del economista Keynes, otro santón de la izquierda que predicaba poner la carreta delante de los bueyes, dándole a la maquinita del confeti monetario, como lo llama mi hijo Jaime, bloguero de estas páginas. Objetivo: estimular la demanda y, con ello, alegrar la economía, sólo que cuando termina el festín, las cañas se vuelven lanzas, y nos encontramos con los Estados entrampados hasta las cejas, con una nómina burocrática superinflada que cuesta un riñón y la yema del otro, y sin prestamistas que quieran darles más préstamos, a menos que paguen intereses de usura. Es el resultado del keynesismo, basado en una ficción, en un autoengaño, en la mentira de gastar antes de producir y ahorrar.
Pero tampoco fue el modelo que orientó realmente a ZP. En este aspecto, Zapatero no hizo otra cosa, más allá de teorías que no entiende, que malgastar sin ton ni son la suculenta herencia que le dejó Aznar, olvidando el viejo refrán batueco, que quien no guarda cuando tiene, no come cuando quiere, ni atisbar el fin del ciclo económico, ciertamente keynesiano, con el que nos íbamos a topar en la primera curva del camino.
Entonces, ¿cuál ha sido el principal modelo en el que se ha fijado Zapatero en los siete años y medio de su gobernanza? Sin duda alguna, en el Azaña de la II República, en el resentido y oscuro funcionario de la dirección general de los Registros y el Notariado, masón por un día, laicista ultramontano que odiaba a sus maestros agustinos del Centro Universitario María Cristina de El Escorial. Pero a su vez Azaña tampoco era un modelo original, sino que se inspiraba en la III República francesa (18701940), cortijo del Gran Oriente de Francia. Aquella república, que bajo la batuta del extremista radical y anticlerical rabioso, el antiguo seminarista Emile Combe, se dedicó a machacar a la religión cristiana, en particular la católica.
Este es el personaje que ha merecido el repudio ampliamente mayoritario y más que merecido, del electorado español. Un personaje que guiado por un modelo apolillado, no dio una a “derechas”, por supuesto, pero tampoco a izquierdas. Lo hizo todo mal, se rodeó de gente incompetente y tan sectaria como él, que dejó al país convertido en un erial y el partido Socialista en la ruina. Ahora vienen los días de los cuchillos largos hasta que den con un líder con reaños para reedificar el vetusto y ruinoso caserón del Abuelo. Vamos a ver si lo alumbran en su congreso de febrero. No lo veo claro, entre otras razones, porque el PSOE apenas tiene banquillo. Ya se afanaron Zapatero y su escudero Rubalcaba, en laminar disidentes, actuando dentro de su propio partido como el caballo de Atila.
Ahora, ciertos “opinantes” de mi oficio, hablan o escriben alarmados que es necesario, para el buen funcionamiento de la democracia española, restaurar al PSOE y ponerlo de nuevo en formación de combate. No sé si es tan necesario, porque como decía un redactor que tuve en Valencia cuando dirigía la agencia Efe de aquellos pagos, se murió Benavente y continuó habiendo teatro. Tampoco sería el primer partido socialista que se lo lleva por delante el viento de la historia. Ahí tenemos, como botón de muestra, al PSI de Bettino Craxi, laminado por las corruptelas de sus dirigentes, o el Partido Socialista Democrático de Giuseppe Saragat, también en Italia. Se licuaron, como se licuó el famosísimo y poderoso PCI de Pepone, el rival del cura don Camilo, y la política italiana no dejó de ser lo que era antes: un jaula de grillos que ha necesitado la intervención quirúrgica de la cirujana de hierro alemana y el auxiliar de clínica francés.