Hay un sentimiento y una forma de proceder tan inmanente que favorece y facilita el pensar como si Dios no existiera. Y se afirma con tanta vanidad y orgullo, que aparece como si fuera el evento cultural de nuestra época. Y para sustituir a Dios se inventa un “dios” a la medida de los gustos ideológicos que predominan.
Nada hay más nocivo que convertir al ser humano en “dueño de sí mismo y de los demás”. La Sagrada Escritura corrige este modo de proceder y afirma: “No os engañéis: de Dios nadie se burla. Porque lo que uno siembre, eso recogerá: el que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; y el que siembre en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna” (Gál 6, 7-8). Las burlas son siempre signo de debilidad y de prepotencia sin consistencia en sí mismas. Siempre sale mal y al final se pierde la credibilidad para sí y para los demás.
Es curioso constatar que, como en tiempos de Jesús, hoy también se utiliza la burla como una forma de defensa o agresión inhumana. “Y los soldados le pusieron en la cabeza una corona de espinas que habían trenzado y lo vistieron con un manto de púrpura. Y se acercaban a él y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban bofetadas” (Jn 19, 2-3). Jesucristo se convierte en un rey de burlas. Las burlas son heridas para quien las recibe, son humillaciones dirigidas a destacar lo ridículo de una situación. Pensemos en el mal psicológico que supone el acoso y la burla que se ha venido en llamar bullying. Es la agresión para ejercer poder sobre otra persona. Y se realiza con amenazas hostiles, físicas o verbales que se repiten y logran angustiar a la víctima. Se produce un desequilibrio tal que la víctima se atemoriza y se ve desplazada.
El ejemplo lo vemos en Jesucristo, que también es humillado de forma vil. Su silencio y su paciencia son ejemplo para aquellos que tengan que sufrir burlas en la vida. El empresario que no quiere hacer negocios sucios aunque tenga que pasarlo mal, se burlan de él. El matrimonio que ha decidido tener hijos sin cálculos ruines y tiene que soportar los escarnios de quienes abogan por la anticoncepción, se burlan de ellos. Los profesores que anuncian las verdades sin tapujos, se burlan de ellos. Los sacerdotes que promueven la moral tal cual es y sin ambigüedades, se burlan de ellos. Los jóvenes que buscan fiestas sanas y de hondura moral, se burlan de ellos. Y así podríamos enumerar muchos más casos. Pero no olvidemos que a pesar que todo valor moral tendrá sus burlas, nadie podrá arrogarse que de la cizaña que se siembre se cosechará buen trigo.
Lo vemos muy claro y se puede constatar ante tantas leyes que emanan de los parlamentos con la soberbia y compostura de ponerse en tono imperante y justificando estas leyes como progresismo; se observa la circunstancia real de que estas leyes, a la larga o a la corta, al no sostenerse en un fundamento fuerte sino en una nube que se desvanece, acaban por destruir a la persona y a la sociedad. Se burlan de la ley de Dios.
“Quien siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción” decía San Pablo. No sólo no le faltaba razón sino que advertía con fiabilidad que de lo que se siembre se cosechará. Pero aún más nos advierte el apóstol: “Quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca”. Es la oposición consciente y endurecida a la verdad, “porque el Espíritu es verdad” (1 Jn 5, 6).
La resistencia y no aceptación de la verdad aleja al ser humano de la humildad y del arrepentimiento, y sin arrepentimiento no puede haber perdón. Burlarse de Dios trae malas consecuencias. Cerrarse al conocimiento de la verdad es lo más grave que pueda darse en la experiencia humana. La realidad supera a la ficción y de ésta no se puede esperar fruto bueno sino frutos muy amargos. Lo que se siembra se recoge.
Publicado en Iglesia Navarra.