Se cumplieron los pronósticos: el PP ha ganado las elecciones generales con una mayoría absoluta holgada que permitirá a Rajoy formar un gobierno cohesionado y fuerte, sin tener que pagar peaje alguno a terceros. El porcentaje mayoritario del electorado a votado con sentido de responsabilidad ante los grandes y gravísimos retos que tiene el país, más allá de ideologías y de preferencias políticas de no pocos electores. La situación económica es tan alarmante, la gestión del gobierno Zapatero ha sido tan nefasta y ruinosa, que una gran mayoría de españoles han entendido la urgente necesidad de dotarse de un gobierno sólido, competente y valeroso. Lo sorprendente es que todavía haya habido un porcentaje nada desdeñable que ha votado a quienes han ocasionado el tremendo agujero negro, aparte de otras barrabasadas, en el que estamos inmersos.
Y ahora viene la urgentísima y enorme tarea de corregir la deriva suicida que seguía España, con una crisis económica de infarto. Mariano Rajoy, con todos sus ministros, de entrada van a tener que dedicar todas sus energías, sabiduría y recursos a sacar sin demora al país del pozo. La situación nacional es tan alarmante, según reflejan los mercados financieros y el volumen de paro (el mayor con mucho de toda la Unión Europea) tan dramático, que toda la acción del nuevo gobierno tendrá que centrarse en la economía, economía, economía. Otros asuntos, también muy importantes para enderezar la marcha general del país, lamentablemente tendrán que esperar. Al menos en un primer momento.
Hace unas noches cenaba, con otros colegas católicos de la prensa, con un diputado, viejo y entrañable amigo, que ha salido elegido de nuevo, y lo llevé a su casa con el cacharro que todavía me presta servicio. Como es de suponer, comentamos la situación y las perspectivas del PP, a cuyas filas pertenece. Coincidimos plenamente en nuestros respectivos análisis, y llegamos a la conclusión que en política no siempre –a veces casi nunca- se hace lo que se quiere, sino lo que se puede, o lo que imponen las circunstancias. Y en estos momentos lo que exigen estas circunstancias, o las gravísimas urgencias que acucian a España, es frenar la bancarrota que pende sobre nuestras cabezas, como una espada de Damocles.
Cuatro son las tareas inmediatas que deberá emprender el nuevo gobierno para darnos un respiro y reemprender la marcha general por la ruta de la estabilidad y la esperanza: flexibilizar el agarrotado mercado laboral y liberarlo de los grilletes de los sindicatos politizados y parasitarios que lo atenazan, sanear el inmenso agujero de la deuda pública (ayuntamientos incluidos), limpiar y afianzar el sistema financiero y reactivar el empleo. Ahora bien, todo eso ¿cómo se consigue? Doctores tiene la Iglesia para dar respuesta, es decir, expertos de altísimo nivel, como, por ejemplo, José Manuel González Páramo, catedrático de Hacienda Pública y miembro del comité ejecutivo del Banco Central Europeo, del que se ha rumoreado que podría ser el nuevo ministro de Economía y Hacienda. Sería un gran fichaje de Mariano Rajoy, que, entre otras ventajas, daría confianza a los mercados financieros, ¡los mercados! la bestia negra del trasnochado Cayo Lara. Sea como fuera, no estará de más que nos encomendemos a todos los santos de nuestras devociones, porque van a tener que hacer horas extraordinarias para enderezar el inmenso desastre que nos ha dejado el incompetente, sectario y turbio Rodríguez Zapatero.