El 9 de noviembre de 1982 Juan Pablo II decía en Santiago de Compostela: “Yo, obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las. otras religiones y a las genuinas libertades”.
Poco más tarde, en el 2004, el señor Giscard d´Estaing, masón declarado, al hacer su afortunadamente fracasado borrador de Constitución europea, afirmó que las raíces culturales europeas son la civilización grecorromana y la Ilustración. A mí las raíces que ese señor señalaba me parecen importantes, pero omitir el influjo del cristianismo lo considero no sólo un disparate mayúsculo sino también una ignorancia o mala fe supina.
Para empezar casi toda la cultura antigua grecorromana ha llegado a nosotros gracias a la inmensa labor cultural de los monasterios medievales, que se dedicaron, en una época en que no existía la imprenta, a copiar las obras y textos de la Antigüedad, con lo que hicieron posible que la cultura clásica la conozcamos actualmente. Conviene recordar también que quien fundó y mantuvo durante siglos todas las Universidades importantes de Europa, como París, Oxford, Cambridge, Salamanca, fue la Iglesia católica y que la Facultad de Teología era la más importante de todas y todavía hoy se mantiene como una Facultad más de la Universidad en países como Alemania. La Biblia hace ya mucho tiempo que se estudia con criterios científicos, válidos para cualquier otro libro. Incluso actualmente la Iglesia sostiene universidades católicas, en algunas de las cuales hay Facultades de Ciencias con gran prestigio. Y no olvidemos tampoco su inmensa labor social, muy superior al de cualquier otra institución, en favor de los enfermos, de los niños, de los ancianos y de los pobres en general.
Por ello la cultura europea tiene un enorme influjo cristiano, hasta el punto que muchas veces se ha llamado civilización cristiana a nuestra cultura y civilización europeas. Es evidente el enorme influjo del cristianismo, y muy especialmente del catolicismo, en nuestra cultura. Empezando por nuestra propia ciudad o pueblo, seguramente su edificio más importante, del que nos sentimos más orgullosos, es su iglesia principal. El influjo del cristianismo en las Bellas Artes ha sido enorme. La arquitectura con sus grandiosas catedrales e iglesias, la pintura con sus cuadros religiosos, la escultura y la música son con frecuencia expresiones de lo religioso cristiano. Visitemos el Museo del Prado y nos daremos cuenta de que si no conocemos el cristianismo no vamos a entender el motivo de una buena parte de los cuadros que allí se exhiben. Recordemos también que la bandera de Europa, la azul con las doce estrellas, está inspirada en la vidriera que hay detrás del altar mayor de la catedral de Estrasburgo y que representa una Inmaculada, en cuya cabeza sobre fondo azul están las doce estrellas del Apocalipsis. Y es que la fe puede ser invisible, pero sus obras no.
Es indudable que cuando pensamos en Europa y sus valores, pensamos en Atenas y su aportación, que fue la Filosofía, en Roma, con su Derecho, que sigue siendo un modelo en tantas ocasiones, pero también hay que recordar los valores cristianos, que nos han aportado Jesucristo y Jerusalén y que han conducido a Europa a una concepción de la dignidad y de los derechos del hombre, basados en la Ley Natural, y plasmados en la Declaración Universal de Derechos del Hombre. Desgraciadamente hoy estos valores se ven amenazados por los presuntos y falsos valores de las ideologías de moda, como la relativista, la marxista y la de género.
Mantengamos, pues, las raíces cristianas, para que sigamos siendo una civilización y no una panda de salvajes sin principios, capaces de convertir el crimen (aborto, terrorismo, eutanasia) en un derecho.