Sigo el proceso electoral con cierta inquietud, deseando que llegue y pase el domingo que viene, 20 de noviembre, con la esperanza que entretanto no suceda ningún desastre, ni siquiera natural, que dé al traste con la normalidad democrática. No sería la primera vez que algo así ocurriera. Recordemos los terribles atentados del 11-M en vísperas de las elecciones generales del año 2004, que ocasionaron un vuelco en los resultados de las urnas. Personalmente no he olvidado aquella horrorosa matanza de gente pacífica y laboriosa, que sin comerlo ni beberlo se topó de pronto con la muerte y no por causas meramente fortuitas. Ningún familiar ni conocido mío se vio afectado por el suceso, pero mi conciencia cívica sufrió una tremenda sacudida moral, observando, además como los socialistas se aprovechaban con todo descaro del dolor nacional para ganar unas elecciones que tenían perdidas. Y esta es la hora, siete años y medio después, en que todavía no sabemos sin lugar a dudas quienes idearon, prepararon y ejecutaron los atentados. Pero no perdamos la esperanza de que poquito a poco, tirando de los muchos hilos sueltos que dejaron los procesos judiciales, otros jueces –o juezas- ajenos a los intereses políticos de unos u otros, vayan sacando a la luz la raíz de tan luctuosos sucesos.
Confío que, finalmente, no suceda nada que altere la paz ciudadana, aunque no me quedaré tranquilo hasta que no concluya la contienda. Los indicios que tenemos a la vista, propician la esperanza de tener la fiesta en paz. La ETA, que siempre participaba en las campañas electorales dejando sobre la mesa algún cadáver –cosa que ya hacían los pistoleros anarquistas-, parece que ahora le interesa más colocar a sus peones en las instituciones. Les resulta menos expuesto y más rentable, gracias a la complacencia del gobierno de Zapatero. Permutan el terror por la batalla electoral, pero sin dejar nunca de perseguir sus objetivos máximos. Como dijo el clásico, la política es con frecuencia la continuación de la guerra, pero por otros medios.
Tampoco el morito del sur parece que está en las mejores condiciones para enguarrar en España, a la que no pierde nunca de vista en sus ilimitadas reclamaciones expansionistas: Ceuta y Melilla, las islas Chafarinas, el archipiálago canario, Granada con sus maravillas, Córdoba y su fabulosa mezquita-catedral, el palmeral de Elche con su dama ilicitana incluida, las feraces huertas de Murcia, Valencia y Castellón que desecaron y canalizaron los romanos, y así hasta las estribaciones de Covadonga, que todo se andaría o andará con el tiempo. Pero el Mohamed, después del vendaval popular que sacude el norte de África y en general el mundo árabe, bastante tiene con estarse quieto y permanecer agarrado al trono.
También los socialistas parecen resignados a sufrir una derrota histórica a manos de la derechona, esa bruja desdentada, endemoniada y fea, que, sin embargo, tiene en su catálogo las “aspirantas” al hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo más floridas y vistosas del jardín nacional. En el aspecto estético, sólo ganaban las mocitas de Fuerza Nueva, cuando este residuo de otros tiempos se hacía presente en las refriegas electorales, que no sé de donde puñetas las sacaba el animoso pero nostálgico don Blas Piñar.
Pues a pesar de lo dicho, no quedaré tranquilo hasta que no cante la gorda, como decía George Bus, padre, ya que hasta entonces no termina la función. Aunque a él, cuando cayó el telón, el público lo puso de patitas en la calle.