Hay quien sostiene que los avances sociales han demostrado ser fruto del consenso mayoritario pues la ética es una construcción humana y la conciencia algo privado.Desde luego que la ética es una construcción humana pero no la verdad. La verdad de las cosas es independiente de la construcción humana y de las creencias subjetivas, la verdad no cambia en función de consensos, gustos, apetencias o deseos; una ética humana es auténticamente ética cuando trata de encontrar la verdad y una vez reconocida no renuncia a sus exigencias. La exigencia es la obrar bien,para ello el paso previo es reconocer la verdad,quien en conciencia actua en el error de haber negado la verdad resulta culpable. La conciencia no es meramente individual sino también colectiva.
Como ejemplo de esta verdad reconocida éticamente por el hombre que no renuncia a sus exigencias tenemos la sentencia de hace un par de semanas del Tribunal de DH de Estrasburgo en el caso de Greenpeace contra un científico que quería patentar una técnica capaz de extraer material genético de los embriones humanos para aplicarla a diversos fines de investigación o mercantiles. El TEDH ha reconocido que “el embrión es un organismo capaz de dar lugar a un ser humano” y por ello ha prohibido que se puedan patentar técnicas que impliquen su destrucción. Esto sí es un verdadero avance ético porque no renuncia a la verdad reconocida por la razón y en consecuencia dirige la acción moral hacia el bien. Haber reconocido la verdad y no negarla es lo que ha hecho que el juicio de conciencia de ese tribunal pueda haber sido libre fallando a favor de la vida humana.
Como ejemplos contrarios tenemos las declaraciones del Comité de Bioética de España, del Comité de Bioética de la SEGO, o de la Comisión Central de Deontología de la OMC, que tratan de restringir la libertad de conciencia profesional desatendiendo la dignidad que merece toda vida humana en consonancia con leyes de nuevo cuño. La falta de libertad -por intereses creados- de estos reducidos grupos humanos para reconocer la verdad y con el único sostén de un procedimiento pretendidamente consensuado es lo que les ha llevado a una bioética sin ética que atropella derechos humanos que son fundamentales.
José Luis del Barco en su ensayo: La democracia vacía, escribía: “El perfecto demócrata debe encogerse de hombros- o lavarse las manos- ante los dilemas morales y trasladarlos a la mayoría, que es fuente, origen, principio y raíz del valor. Como tal desdeña apoyarse en la verdad o en el bien. Su único sostén son los procedimientos. Como no existe más verdad ni más bien que los de la mayoría, carece de sentido preguntarse si son justos o legítimos. Es preciso creer firmemente en la necesidad de no creer en nada. He ahí la superficialidad del imperativo democrático. Es difícil no estremecerse y sentir una sacudida interior ante una doctrina que convierte el principio mayoritario en fuente de verdad y bien. Su legitimidad para determinar la titularidad del poder está fuera de toda duda. Pero transfórmalo en fuente de moralidad significa concederle prerrogativas que no tiene y dejar expedito el camino a la arbitrariedad y al atropello”
Puesto que una ética que renuncia a la verdad no es ética, es necesario un adecuado juicio sobre qué es lo verdadero. Hay que analizar el problema de la "conciencia errónea", un mal que hasta nosotros, que queremos dejarnos llevar por la voz de la verdad y sus exigencias, nos puede asaltar. Como decíamos, recientemente hemos visto como desde instituciones encargadas de la bioética se han asumido como éticas conductas que son contrarias a la libertad y a la dignidad del hombre, en aras de un consenso, progreso o aceptación social que se toman como fuentes de verdad, conduciendo a la arbitrariedad y el atropello. La conciencia errónea conduce a hacer un mal creyendo que se hace lo adecuado. Para poner luz sobre este tema de actualidad, en el que la ética humana renuncia a la verdad y algunos pretenden regular la conciencia de cierta clase de profesionales a fin de ejercer un control, merece la pena rescatar un artículo de Joseph Ratzinger de 1991 que extractaré para base de este artículo.
La tradición moral dice que la conciencia es la norma suprema, que el hombre ha de seguir incluso contra la autoridad. Algunos piensan que la conciencia es infalible. Es incuestionable que debemos seguir siempre el veredicto evidente de nuestra conciencia, pero hay que tener cuidado de no contravenirlo con el obrar.
Se trata de averiguar si el fallo de la conciencia tiene razón siempre. Decir que sí significaría tanto como decir que no hay verdad alguna.
Como los juicios de conciencia se contradicen unos con otros, como los que sostenían Greenpeace y el científico que reclamaba su derecho a patentar su técnica, alguno debe estar equivocado y la equivocación se debe a una falta de libertad a la hora de emitir un juicio. Normalmente esa falta de libertad viene marcada por hechos sociales previos, intereses de grupo o esclavitudes afectivas. Alguno de los dos no está siendo del todo libre, tiene intereses o afectos subjetivos que se lo impiden.
Pero sostener un juicio de conciencia erróneo no protege al hombre de las exigencias de la verdad y lo salva (algunos nazis podían estar actuando creyendo en conciencia que hacían lo que debían hacer sin embargo eran culpables). Al contrario, es la envoltura protectora de la subjetividad bajo la que el hombre se puede cobijar y ocultar de la realidad. Esta conciencia, liberal, no abre a la avenida salvadora de la verdad, que no existe o nos exige demasiado, sino que se convierte en una justificación de la subjetividad, que no quiere verse cuestionada, y del conformismo social, que debe posibilitar la convivencia como valor medio entre diferentes subjetividades. Desaparece el deber de buscar la verdad y las dudas sobre la actitud y las costumbres dominantes. Basta el conocimiento logrado por uno mismo- o por un grupo marcado por los mismos hechos sociales previos- y la adaptación a los demás de la manera menos onerosa. Pero así, el hombre es reducido a su convicción superficial y cuanto menos profundidad tenga tanto mejor para él -o para ellos- a fin de poder seguir sobreviviendo o defendiendo su interés y status individual -o de grupo- sin preguntarse, en serio, por el deber de buscar la verdad para elegir y hacer el bien con el uso responsable de la libertad.
El firme convencimiento subjetivo y la seguridad y falta de escrúpulos que de él derivan, no exculpan al hombre. De ahí viene el sentimiento de culpa que rompe la falsa tranquilidad de la conciencia, algo tan necesario como el dolor corporal que permite conocer la alteración de las funciones corporales normales. Quien no es capaz de sentir culpa está enfermo, es como una bestia o un monstruo que no tiene sentimiento de culpa. Cuando la conciencia exculpa no se está capacitado para la rectificación ni para acoger el perdón. Sin embargo todo hombre, en tanto que hombre, puede ver la verdad en el fondo de su ser, y no verla es culpa. Esta verdad solo puede no ser vista cuando no se la quiere ver, y no quererla ver es culpa y autocondena al incapacitar para la rectificación.
Por esto podemos decir que no es posible identificar la conciencia humana con la autoconciencia del yo, con la certeza subjetiva de sí y del propio comportamiento moral. Esta conciencia puede ser a veces un mero reflejo del entorno social y de las opiniones difundidas en él.
Otras veces la razón de esa conciencia errónea puede estar relacionada con una pobreza autocrítica, con no escuchar suficientemente. Las facultades perceptivas de los hombres que aceptan sucumbir en una estrategia de engaño y de error sostenida por el grupo ,terminan por ser nubladas y el bien que subjetivamente pretendían perseguir, a efectos prácticos, queda reducido a una cooperación con el mal culposa.( así se comportaron los nazis , los salinistas y sus herederos; los promotores de la ideología de género ,del abortismo, del homosexualismo político y del laicismo) La conciencia errónea propia- y la que asumimos de los otros- ni justifica ni salva ni libera aunque se crea haber actuado de la mejor manera, al contrario esclaviza y perpetua en el error. El error, la conciencia errónea, sólo son cómodos en un primer momento, después el enmudecimiento de la conciencia se convierte en deshumanización y peligro mortal si no luchamos contra ellos. Nos hacen completamente dependientes de las opiniones dominantes. Quien equipara la conciencia a la convicción superficial la identifica con seguridad aparente, tejida de fatuidad, conformismo y negligencia. La conciencia se degrada a mecanismo exculpatorio en lugar de representar la transparencia del sujeto degradándose la dignidad y la grandeza del hombre.
Para concluir esta reflexión decir que hay que seguir sin duda la propia conciencia, incluso asumiendo que sea errónea, pero la culpa no está en seguirla sino en la negación de la verdad que precede al error de la conciencia. Para distinguir la presencia de una verdadera voz de la conciencia hay que tener en cuenta dos criterios:
-que no coincida con los gustos y deseos propios
-ni con lo que resulta más beneficioso para la sociedad, el consenso, o las exigencias del poder político o social
El criterio seguro de una conciencia sin error es no negar la verdad reconocible y actuar en consecuencia no preguntándose por lo que puede hacer sino por lo que debe hacer. Un hombre de conciencia es aquel que no compra progreso, tolerancia, consenso, bienestar, reputación o aprobación públicas renunciando a la verdad.