Mi artículo “los fundamentos del Derecho” ha provocado una polémica en la que mis contrarios afirman:
“La pregunta relevante no es ´¿qué derechos tiene tal criatura?´, sino ´¿qué derechos queremos que tenga?´. La declaración universal de los derechos humanos es un ejemplo de ‘derechos naturales’ y, para que vea el autor las dificultades de su discurso se considera que el derecho de la gestante a optar por un aborto se considera un derecho fundamental, natural.
Que la Iglesia católica defienda ciertos derechos fundamentales en la actualidad es muy loable (exceptúa el aborto ¡faltaría más!, el matrimonio homosexual, adopciones de niños por parejas del mismo sexo, que divorciados puedan dar clases de religión o dirigir escueles confesionales y un largo etc.). Sin embargo, negar la evolución histórica en este sentido es simplemente cerrar los ojos ante la verdad.
Sus derechos humanos serán muy intrínsecos e inalienables, pero a los que vivieron bajo el régimen de cristiandad no se les reconoció ninguno. Los derechos humanos son fruto de las convergencias éticas que la Humanidad va encontrando en su camino hacia la plenitud moral de la especie. Forman con sus claros y oscuros parte de la cultura, no vienen de la naturaleza”.
Para mí, evidentemente, ante estas afirmaciones la pregunta que se me ocurre es: ¿qué derechos tiene el ser humano? y ¿cuál es la base de esos derechos? La respuesta la encuentro en la Biblia, ya en el libro del Génesis: “Díjose entonces Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza” (Gén 1,26), dignidad que se ve acrecentada en el Nuevo Testamento, pues san Pablo dice de nosotros que somos hijos de Dios por adopción (Gal 4,4-7; Rom 8,1417; Ef 1,5). Ésta es la dignidad que me corresponde como ser humano, por cierto ya antes del régimen de Cristiandad, cuyos posibles y, a veces, indiscutibles errores, no nos corresponde discutir ahora, pues estamos hablando del tiempo presente. El problema que tienen los no creyentes es que, como Dios no existe, la máxima autoridad es el hombre, por lo que es más fácil caer en los abusos del poder y en el totalitarismo. Así se llega también a considerar derechos humanos auténticas aberraciones, como ahora veremos.
Sobre el derecho al aborto: El aborto no es un derecho, pues la vida humana empieza en la concepción, como acaba de declarar el Tribunal Europeo de Justicia, por lo que matar al embrión o feto es matar a un ser humano, lo que es una de las injusticias más radicales que pueden cometerse, pues se conculca el derecho a la vida de un tercero, que es un ser humano con mi misma dignidad, a menos que defendamos la aberración de que hay seres humanos de segunda categoría, siendo este derecho a la vida el que fundamenta todos los demás y debe ser respetado desde la concepción hasta la muerte natural, (esto vale también para la eutanasia, no nos vaya a pasar lo de Holanda, donde se está matando a ancianos u otras personas que no están en enfermedad terminal, sino que simplemente desean morir, y también a pacientes que ni siquiera lo han pedido y sin su consentimiento), siendo indiscutible que “no puede haber verdadera democracia si no se reconoce la dignidad de cada persona y no se respetan sus derechos” (Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae 101). Que el derecho a la vida pueda entrar en conflicto con otros derechos tan dignos de respeto como él, parece imposible, a menos que se trate del equivalente respeto a la vida ajena (la Iglesia tolera el llamado aborto indirecto). El aborto es un crimen abominable, como dijo el Concilio Vaticano II, y sus víctimas no son sólo los bebés asesinados, sino también las mujeres que lo realizan, que quedan marcadas con frecuencia con el síndrome postaborto, síndrome que por cierto he percibido también en varones colaboradores en algún aborto. Quien favorece el aborto, especialmente si se aprovecha de él, es un criminal o un cómplice del crimen. La frontera entre la civilización de la vida y la cultura de la muerte está en el “no matarás”.
Por matrimonio siempre, en todas las civilizaciones y épocas, se ha considerado que era la unión entre un hombre y una mujer abierta a la vida y para crear una familia. En la inmensa mayoría de los países no se reconoce como matrimonio la unión entre homosexuales, aunque muchos, como por ejemplo Francia, país ciertamente democrático, reconocen los PACS (pactos civiles de solidaridad).
Adopciones por parejas homosexuales: mientras haya una familia natural que se quiera creo que un niño está mucho mejor en ella con los referentes paterno y materno que en una pareja de homosexuales. ¿O es que la familia natural no es el lugar ideal para educar a un niño? Claro que no es eso lo que defiende esa aberración que es la ideología de género.
Que un divorciado no pueda dar clase religión y moral católica me parece claro. En Alemania sé que se puede exigir lo que llaman fidelidad institucional. ¿Y en España es que el PSOE o el PP admitirían a trabajar en sus sedes a un dirigente del otro Partido?; ¿no le echarían fulminantemente el día en que se enterasen?
Queda la ideología de género. Con enumerar en qué consiste vale: a) los chicos pueden ser chicas y viceversa; b) los órganos sexuales están para usarlos con relaciones de todas clases, desde luego mucho antes de llegar a la mayoría de edad; c) el matrimonio es una institución a combatir, porque supone la opresión de la mujer por el hombre; d) saquen ustedes las consecuencias lógicas que esto tiene en la educación de los niños y adolescentes, a quienes legalmente hay que educar así.
Ante la pregunta del título respondo: aberraciones.