Las fiestas de la Virgen traen consigo gracia abundante de Dios para nosotros, traen alegría y esperanza, son ocasión para experimentar que ella es nuestra Madre. Comenzamos el curso cada año con la fiesta de la Natividad de María, la fiesta de su nacimiento, su cumpleaños diríamos. Si celebramos su inmaculada concepción el 8 de diciembre, a los nueve meses celebramos el día de su nacimiento, el 8 de septiembre.

En muchos lugares de la geografía universal es la fiesta principal de María, son las fiestas patronales en su honor. También en nuestra diócesis de Córdoba el 8 de septiembre es la fiesta principal de María en muchos pueblos y ciudades de nuestra diócesis. Podemos decir que el mes de septiembre está señalado como mes mariano precisamente por esta fiesta. En la ciudad de Córdoba celebramos la Virgen de la Fuensanta como patrona de la ciudad.

La imagen de la Virgen de la Fuensanta fue coronada canónicamente el 2 de octubre de 1994, hace ahora veinticinco años. Fue trasladada desde su Santuario a la Catedral, donde hubo un triduo preparatorio en su honor, para acudir el día de la coronación a la avenida Gran Capitán, donde recibió el beso de todos los cordobeses por las manos del Nuncio Apostólico en España, monseñor Mario Tagliaferri, acompañado por el obispo de Córdoba, monseñor José-Antonio Infantes Florido. Este puso la corona al Niño divino y el Nuncio se la puso a nuestra Madre, la Virgen de la Fuensanta coronada. Ella da nombre a esta pequeña y entrañable imagen, a su Santuario y al barrio donde se ubica. Cada año, llegado el 8 de septiembre, acudimos a su Santuario para rendirle el homenaje de todo el pueblo de Córdoba. Antes, su imagen bendita viene a la Catedral, y este año también a otras cinco parroquias. En la Catedral se celebra solemne Misa el día 7, la víspera de su fiesta, y es llevada procesionalmente a su Santuario para la fiesta del día 8.

El Evangelio de este día (Mt 1,18-25) subraya la grandeza de esta mujer, Virgen y Madre al mismo tiempo. Ella es la mujer elegida por Dios para madre de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Lo engendró en su seno virginal sin concurso de varón, por sobreabundancia de vida, como Dios Padre engendra a su Hijo en la sustancia divina sin ninguna otra colaboración. María es icono del Padre. Su virginidad nos habla de una vida plena y pletórica, abundante y rebosante. De esa abundancia de vida ha brotado en su seno virginal la vida nueva del Hijo eterno que comienza a ser hombre en ella. De ella ha tomado su carne y su sangre que será entregada para nuestra redención en la Cruz. La virginidad de María es una llamada permanente a la fidelidad para todos los cristianos. Ella ha dejado a Dios la iniciativa en todo, y por eso su vida es tan fecunda.

Esa profunda unión con Dios resulta fecunda en la maternidad divina. María no da origen a su Hijo en cuanto Dios. Él es eterno. María da origen a ese Hijo en cuanto hombre, y por eso es llamada desde antiguo la “Madre de Dios” (en griego, Theotokos). Verdadera Madre de Dios, porque es Madre del Hijo hecho hombre. De esta manera, Jesucristo es Dios como su Padre Dios y es hombre verdadero como su madre María, como nosotros. Una persona divina en dos naturalezas, divina y humana. Y desde la Cruz, su Hijo divino Jesús nos la ha dado como Madre a todos los discípulos de su Hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu Madre” (Jn 19, 26-27). Podemos llamarla madre y tenerla como madre, porque ha sido su Hijo el que nos la ha dado como tal.

María es mediadora de todas las gracias. Es decir, todo lo que Dios nos quiere conceder lo hace con la colaboración de la Madre, nos demos cuenta de ello o no. Por eso, llegada su fiesta, acudimos a ella para pedirle atrevidamente aquello que necesitemos. En una fiesta suya ella quiere darnos gracias especiales, que hemos de pedir con confianza. Acudamos a nuestra Madre en estos días de su fiesta. Ella nos alcanzará de su Hijo todo lo que le pidamos.

Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.