Hoy es la fiesta de Nuestra Señora del Pilar. Asociada a ella la fiesta nacional de nuestra patria: el día de España y de la Hispanidad. Además de todo el alcance y el sentido que tiene en la perspectiva específica de la fe cristiana, de la que, por lo demás, es inseparable España, el día de hoy me hace pensar en el proyecto y empresa común que nos une a las diferentes personas, regiones y pueblos que la integramos; me hace pensar en el acontecimiento espiritual de que somos España, también en la cuestión moral que es, en sí, previa a otras consideraciones, y en la vocación de universalidad que la constituye históricamente en su entraña más profunda, sobre todo, por su vinculación especialísima con los pueblos hermanos de América.
Pero en los momentos concretísimos en los que estamos ahora, España y este día me llevan, además, a hacer unas reflexiones que ofrezco y comparto. Estos momentos nos hacen ver la realidad con sentido de responsabilidad y perspectivas de futuro. Es cierto que la realidad económica es grave y que es preciso adoptar las mejores soluciones para superarla, y lograr así un gran respiro y un nuevo impulso en el proyecto común que somos. Pero sería un tanto una mirada parcial estimar lo económico, el éxito solamente o de manera muy principal por encima de todo en este campo descuidando al mismo tiempo otros aspectos que son previos y básicos. El día que hoy celebramos, por esto, nos hace pensar en lo que podemos apoyarnos y no abandonar para el futuro de España, en lo que se debería hacer, en cuál es el camino a seguir por encima de otras cosas.
El Papa Benedicto XVI, en su reciente discurso ante el Bundestag, en Alemania, ha dicho cosas muy importantes y ha hecho consideraciones que, en la coyuntura actual de España, haríamos muy bien todos –tanto políticos, como el resto de la población con el rango o la responsabilidad que se tenga en ella– en atender, escuchar y asumir. Algo que es básico y sin lo cual difícilmente, si no imposible, organizarnos para el bien común, y con el esfuerzo de todos, que a todos incumbe si queremos y apostamos por un futuro.
Una tentación o medida parcial, y no de base, puede ser el «éxito» político, o el «beneficio material». «La política debe ser un compromiso para la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz». Esto que el Papa refiere directamente a los políticos, es también fundamental para todos en la sociedad con la que de una u otra manera tenemos un compromiso que siempre es político. «Naturalmente, dijo el Papa, un político buscará el éxito, que de por sí le abra la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho y a la destrucción de la justicia...Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político» (Benedicto XVI), y de todo ciudadano e institución dentro de la sociedad.
Estimo que ésta es una consideración fundamental e imprescindible en los momentos precisos en que nos encontrarnos. Esto tiene muchísimas consecuencias. No tener esto en la base y en el fundamento de toda actividad, humana y pública, que debería conducir al bien común, es caminar en dirección contraria a lo que puede hacernos avanzar.
Añade el Papa: «Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta: en el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación».
Al escuchar o leer esto, estimo que no podemos dejar de pensar en aquello que constituye esa dignidad de la persona humana: la vida, la subsistencia digna y el respeto al ser humano y a la gramática que se ha inscrito en él, la libertad, la familia, etc.; es decir, no podemos dejar de pensar en la persona y en sus derechos inalienables en los que se reconoce la dignidad única e inviolable del hombre, en definitiva, en lo que es conforme a la razón por corresponder a la entraña misma del ser humano. Sin esto, como realidad básica, primera, prioritaria e irrenunciable, no hay futuro. Sin esto no hay futuro para toda sociedad, no habrá futuro para España aunque se alcancen éxitos y logros económicos.