Los días 7 y 8 de octubre, una reunión extraordinaria de los superiores de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX) estudiará el “preámbulo doctrinal” que le entregó el 14 de septiembre el cardenal William Levada al obispo Bernard Fellay.
Cabe el escenario de que, en su redacción actual, la propuesta de la Santa Sede no sea aceptada por la FSSPX. Eso no abocaría necesariamente a una ruptura. Puede trabajarse sobre esa redacción. En cualquier caso, ambas partes han considerado satisfactorias las conversaciones de los últimos meses, y no es descartable que, de no llegarse ahora a un acuerdo, se prolonguen bajo otra fórmula.
Para muchos católicos son difíciles de comprender las reticencias de la FSSPX. Aunque suelen atribuirse a contumacia, ésa no es la posición de la Santa Sede. Siempre que el Papa ha enviado visitadores oficiales a sus casas y seminarios (desde el cardenal Édouard Gagnon a finales de los ochenta al cardenal Darío Castrillón en el primer decenio de este siglo), los informes remitidos sobre lo que la FSSPX hace y quiere han sido positivos y han subrayado que trabaja para la Iglesia.
Las complicaciones provienen más bien de tres puntos.
Primero, que para la Fraternidad lo esencial nunca ha sido “su” problema, esto es, la situación de excepcionalidad canónica en la que se encuentra ella, sino la situación de excepcionalidad doctrinal en la que se encuentra la Iglesia en su conjunto, reconocida de una u otra forma por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, aunque obviamente no valorada en el mismo sentido que la FSSPX. De las tres cosas que monseñor Fellay solicitó al Papa Ratzinger en su encuentro de Castelgandolfo en agosto de 2005, sólo una afectaba específicamente a la Fraternidad: el levantamiento de las excomuniones. Las otras dos afectaban a la Iglesia universal. Por un lado, la liberalización de la misa tradicional, reconocida en el Motu Proprio Summorum Pontificum de 2007. Por otro, que las conversaciones para una eventual solución canónica fuesen precedidas por conversaciones doctrinales, no sobre doctrinas de la FSSPX (pues no las tiene propias), sino sobre doctrinas de un concilio ecuménico.
Segundo, que para la FSSPX las dificultades doctrinales no son sólo cuestión de hermenéutica sobre el Concilio Vaticano II. Su “ruptura” o “continuidad” con la Tradición no es una cuestión de museo referida a textos de hace cincuenta años: es una cuestión que está viva en hechos y palabras de hoy, y por tanto un acuerdo doctrinal sobre el pasado es inseparable de un acuerdo doctrinal sobre el presente y el futuro.
Tercero, que la regularización canónica de la FSSPX afectaría a sus miembros (551 sacerdotes, 214 seminaristas y 180 religiosos y religiosas), pero queda ese millón largo de seglares que frecuentan sus capillas en todo el mundo, fieles diocesanos muchos de cuyos obispos son hostiles a cuanto la FSSPX significa.
Es posible que surja una solución satisfactoria para estos tres puntos. Y es posible que no surja ahora. En tal caso, tampoco el proceso vivido en los últimos años habría sido tiempo perdido, pues en él se han sentado bases de entendimiento muy importantes.
Ahí está el Motu Proprio, ahí está la “hermenéutica de la continuidad”, ahí están numerosos nombramientos episcopales, curiales y cardenalicios esperanzadores. Ninguno de estos tres factores ha dado aún todos sus frutos, pero lo importante es que ambas partes están convencidas de que los darán.