La masonería que tirios y troyanos, aún los contrarios, llaman “especulativa” o “filosófica”, nació en Londres a comienzos del siglo XVIII, y no tiene nada que ver con el trabajo de arquitectos y constructores, es decir, con la masonería “operativa”, según expliqué en el artículo de la semana pasada. A la masonería actual deberíamos llamarla con mayor propiedad masonería ideológica, y en sus inicios fue un fenómeno típicamente británico, imposible de entender sin tener en cuenta la convulsa historia de Gran Bretaña en los siglos XVI y XVII, los intereses de su política imperialista y el hervor empirista de la época.
Durante esos dos siglos, Gran Bretaña registró, además del cisma anglicano promovido por Enrique VIII Tudor en 1531 y hasta la llegada de la casa luterana de Hannover, convertida al anglicanismo (Jorge I, 17141727), cuatro dinastías: Tudor, Estuardo, Orange-Estuardo, otra vez Estuardo y, finalmente, Hannover, con una república (dominada por el puritano Cromwell) regicida y despótica en medio, originando feroces luchas entre partidarios de unos y otros.
Los enfrentamientos políticos se complicaron y endurecieron a causa del fraccionamiento religioso que sufrían las islas británicas: anglicanismo, episcopalismo escocés, presbiterianismo y sus derivados congregacionales y puritanos, los tres de raíz calvinista y los restos del catolicismo, incluidos los avasallados irlandeses y sus hermanos en la fe, que terminaron pagando los vidrios rotos. El triunfo de la coalición anglicano-calvinista (Revolución Gloriosa de 1688), que entronizó a Guillermo III de Orange o de Holanda (calvinista), con su esposa y prima María Estuardo (anglicana), hija de Jacobo II Estuardo (católico), no supuso el fin de las intrigas, conjuras y revueltas de unos y otros.
En este clima sumamente revuelto, nacieron las primeras logias (lodge en inglés, alojamiento) en las tabernas exclusivas de hombres, donde, con una pinta de cerveza en la mano, se discutía de todo lo divino y humano. Era una época de ebullición experimental, a cuyo empirismo no escapaba ninguna actividad o faceta humana, ni siquiera las más misteriosas y opacas. De estas últimas, continuadoras de las confabulaciones secretas de anglicanos y protestantes (a la gresca siempre con los estuardistas católicos), surgieron las logias masónicas de las tabernas de la Oca y el Grillo, de la Corona, del Manzano y de las Uvas. En la fiesta de San Juan de Verano de 1717 (San Juan Bautista, 24 de junio), los miembros de las cuatro logias se reunieron en la primera de ellas, sita en Saint-Paul’s Churhyarda, en el corazón de la city, junto a la catedral anglicana ya en avanzada fase de reconstrucción, y decidieron unirse bajo la denominación de Gran Logia de Londres, luego Gran Logia de Inglaterra y, por último, Gran Logia Unida de Inglaterra, el fusionarse en 1813 con la Antigua Gran Logia de Inglaterra.
En 1717, reinaba ya en las islas británicas, desde hacía tres años, el primer soberano de la casa de Hannover, gran protector, como sus sucesores, de la masonería, a la que dominaron y utilizaron a manera de caballo de Troya en campo enemigo al servicio ladino del expansionismo británico, como veremos en el artículo de la semana próxima. (Continuará).