Hablar de la masonería “operativa”, esto es, de la albañilería o construcción, como precursora, con sus imaginados ritos y supuestos secretos, de la masonería “especulativa” o actual, según repiten todos los textos que se ocupan del tema, es un solemne tontería. Cierto que desde tiempos remotos, los constructores, igual que los miembros de otras profesiones, procuraron agruparse en asociaciones de carácter profesional que cambiaron de nombre a los largo de la historia, pero no de fines, que no eran los de proteger “secretos” del trabajo, sino protegerse contra intrusos, oportunistas, “profanos” y gobernantes depredadores que pudieran arruinar el negocio. Ahora, aquellos antiguos gremios, se llaman colegios profesionales y asociaciones patronales.
Si los masones modernos, en lugar de copiar los instrumentos (la escuadra, el compás, el mandil de los canteros, etc.) y cierto lenguaje de los constructores, hubiesen imitado a los pintores, habrían encontrado más recursos para enmascarar sus opacos propósitos, porque no hay pintor de ninguna época que no haya tenido ni tenga, algún secretillo, algún truco para singularizar su pintura, para distinguirse en ese esfuerzo creativo ansioso de originalidad. En cambio, la arquitectura termina siendo un producto de grandes proporciones en el que intervienen múltiples operarios de diversas especialidades, cuyos secretos, supuesto que existan, serán siempre secretos a voces, expuestos finalmente en la plaza pública.. Bien visto, los masones “especulativos” no anduvieron muy acertados a la hora de elegir oficio en el que poder esconderse o aparentar algo distinto de lo que son en realidad.
Sostener, como hacen la generalidad de los autores que se ocupan del Arte Real, que la crisis del artesanado, en particular de constructores y canteros, facilitó la invasión de hermanos “aceptados” que acabaron suplantando a los anteriores, o sea, que terminaron alzándose con el santo y la limosna, es una tontería más de las muchas que oscurecen el nacimiento de esta congregación. Los talleres artesanales sólo empezaron a decaer cuando tomó impulso el mecanicismo o revolución industrial, iniciada en Inglaterra ya avanzado el siglo XVIII. En cambio, la masonería “especulativa”, que se tiene por heredera de la “operativa”, empezó a funcionar ya a comienzos de ese siglo, tiempo en el que el artesanado se hallaba todavía en pleno funcionamiento, y más que ningún otro gremio el constructor, precisamente en la capital inglesa, donde se fundaron las primera logias “filosóficas”. El pavoroso incendio de Londres en 1666 destruyó más de cuarenta mil casas y cerca de noventa templos, entre ellos la catedral de San Pablo, primada de la Iglesia anglicana. La reparación de tan enorme desastre exigió un esfuerzo constructor extraordinario que duró más de un siglo.
Autores varios vienen a decir que “el final del gótico y de las catedrales dejó sin trabajo a los tallistas” y obsoletas “las fórmulas y técnicas secretas de los francmasons” (José Antonio Vaca de Osma, La masonería y el poder, Planeta, Barcelona, 1991, p. 30). Ya he explicado que si hay un gremio que difícilmente puede ocultar ningún secreto profesional es el de los arquitectos y constructores. Además, el final del gótico no supuso en absoluto que dejaran de levantarse más y mayores catedrales, sino todo lo contrario: el Renacimiento trajo consigo un auge de nuevos edificios religiosos quizá no conocido hasta entonces. Como muestra tenemos el espléndido botón de la grandiosa basílica de San Pedro en Roma, el impresionante monasterio de San Lorenzo de El Escorial, o las innumerables iglesias de la Compañía de Jesús alzadas en medio mundo. Y en cuanto al trabajo de los tallistas (canteros y escultores), ahí está la espléndida escultura renacentista, que acunada en Florencia se extendió por todo el orbe católico. En fin, que dejarse enredar en las alegorías y fábulas masónicas propicia estos desatinos históricos incluso en autores serios, como el diplomático e historiador, Vaca de Osma. (Continuará).