Es bien sabido que la lectura enriquece el vocabulario y mejora la redacción, estimula la concentración y desarrolla nuestro pensamiento crítico, nos proporciona tanto información básica como profundos conocimientos, alimenta la imaginación y mejora nuestra comprensión del mundo al permitirnos viajar a diferentes lugares, apreciar distintas épocas y conocer a extraordinarios personajes.
Así, la lectura educa, entretiene, persuade y transforma. A pesar de esto, de acuerdo con el estudio realizado por la Asociación Americana de Psicología, de 1976 a 2016 los medios digitales (internet, mensajes de texto, redes sociales y videojuegos) están desplazando rápidamente a los medios tradicionales, en especial a los medios impresos (libros, revistas y periódicos), a tal grado que el porcentaje de estudiantes de bachillerato que lee un libro o una revista todos los días ha caído del 60% a fines de la década de 1970 al 16% en 2016. El auge de los medios digitales, especialmente a partir del año 2000, ha favorecido su rápida acogida, especialmente entre los más jóvenes, de los cuales menos del 20% elige leer un libro, una revista o un periódico por placer mientras que más del 80% usa como entretenimiento las redes sociales diariamente. Además, solo uno de cada tres adolescentes afirma haber leído un libro en el último año.
Por esto, no es de sorprender el que, aun cuando en la mayoría de los países occidentales el nivel de analfabetismo es bajísimo, la realidad es que no es lo mismo poder juntar letras para formar palabras que comprender su significado. Ya que, desafortunadamente, en la mayor parte de Occidente se ha ido perdiendo la comprensión lectora al grado que se ha acuñado el término "analfabeto funcional" para designar a quienes, aunque saben leer y escribir, cuentan con un bajo nivel lector, cosa cada vez más común aun entre los universitarios.
Por ese motivo, varios padres que ven con inquietud cómo sus hijos leen cada vez menos mientras dedican gran parte del día a las pantallas tratan de inculcar en sus hijos el amor por los libros. Así, convencidos de las grandes ventajas de la lectura, dejan que sus hijos lean lo que sea "con tal de que lean" pues han optado por hacer suya la máxima de que no hay libro malo que no contenga algo bueno, creyendo que cualquier libro, por vulgar que sea, es mejor a que estén "conectados" a una pantalla.
Para colmo, la gran mayoría de los centros educativos promueve, dentro de su plan de estudios, la lectura de libros mediocres e ideologizados que contribuyen poco o nada a mejorar la comprensión lectora del alumno y mucho menos a favorecer la formación intelectual y moral de éste. Ya que, por más que se nos diga que la educación actual se enfoca en enseñar a pensar, la realidad es que los planes de estudio llevan décadas eliminando asignaturas tradicionales esenciales, especialmente en el área de humanidades, a fin de favorecer el adiestramiento y la ideologización de los alumnos, limitando su capacidad crítica y analítica.
Por ello, actualmente, la mayoría de los alumnos "mejor preparados de la historia" no han leído a escritores tales como Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca, Lope de Vega o Benito Pérez Galdós, y pocos han tenido la dicha de correr aventuras al lado de entrañables personajes como Ulises, don Rodrigo Díaz de Vivar, Dante y Virgilio, Alonso Quijano, Miguel Strogoff o los hermanos Karamazov.
Así, los clásicos que, entre otras cosas, fortalecían el vínculo entre generaciones, han ido desapareciendo, como por arte de magia, de librerías, bibliotecas y hasta de las instituciones educativas, para dar lugar a libros que, aun cuando no sean abiertamente perversos, promueven diferentes y dañinas agendas liberales tales como el igualitarismo, el ecologismo, el feminismo, la anarquía, la agenda del arcoíris y hasta el ocultismo. Ya que los libros que la gran mayoría de los colegios asignan a los estudiantes son los tan cacareados libros más vendidos (best sellers), que rara vez son valiosos y muchas veces promueven, de manera más o menos sutil, ideas perniciosas.
Y si bien muchos padres han reaccionado ante los libros "escolares" abiertamente explícitos y pornográficos, varios padres pasan por alto los peligros de algunas lecturas de moda que son asignadas en la gran mayoría de los colegios y que, al ser menos explícitas y más "cuidadas", ocultan celosamente el veneno con el que van mermando la fe y la moral del joven lector. Máxime cuando, como afirma Miguel de Unamuno, "cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee".
Desafortunadamente, vivimos en una época en la cual, como nos recuerda Fulton J. Sheen, "los libros que se rebelan contra la virtud son llamados audaces; los que son contrarios a la moral son llamados valientes y visionarios; y los que están en contra de Dios son llamados progresistas y de moda. Pintar las puertas del infierno con oro del cielo siempre ha sido la característica de cada generación en decadencia".
De ahí que varias novelas (incluidas varias escolares) que en otros tiempos hubiesen resultado repulsivas debido a sus postulados abiertamente anticristianos, cuando no a su sordidez y vulgaridad, gozan desde hace ya varias décadas de gran popularidad. Hemos olvidado que lo que se lee nutre y moldea no solo la mente sino el alma misma, y que las historias tienen un gran poder para moldear la forma en que vemos y abordamos la realidad. Por ello, alejemos a nuestros jóvenes de novelas relativistas, pesimistas y desmoralizadoras. Por el contrario, procurémosles lecturas de atrayentes y bellos ejemplos que les recuerden, parafraseando a Chesterton, que aunque los dragones existen, en cada etapa de la historia siempre ha habido héroes y santos capaces de vencerlos.