Según el periódico local gratuito El Día, en mi tierra, La Rioja, la décima parte de los bebés ya se gestan por reproducción asistida. ¿Qué pensar de ello?
Mientras muchas parejas evitan tener hijos, otras por el contrario los desean ardientemente. Este deseo es tan intenso para algunas parejas que están dispuestos a echar mano de todas las posibilidades médicas para tener al fin un hijo, incluso intentando lograr el embarazo al margen del acto sexual. La medicina actual intenta con éxito creciente, aunque todavía muy relativo, hacer posible este deseo, utilizando para ello los métodos de reproducción asistida, que comprenden un conjunto de técnicas que utilizan alguna manipulación de los gametos o células sexuales reproductoras, lo que plantea problemas éticos de diversa envergadura.
Cuando el científico realiza la fecundación in vitro produce una nueva vida, pues ese zigoto ha sido hecho a partir de dos células preexistentes: los gametos masculino y femenino, y cuando los dos gametos se juntan ya no constituyen dos sistemas independientes entre sí, sino uno nuevo que actúa como una unidad, y al que biológicamente se le llama zigoto o embrión unicelular, que ya es distinto de los otros seres y está intrínsecamente orientado hacia una precisa y bien definida evolución. La definición de embrión es tan válida para los embriones concebidos de forma natural como para los procedentes de la fecundación artificial. Es este conjunto de todos los cromosomas, con la información genética contenida en la célula, lo que se llama genoma, y es lo que identifica este embrión unicelular como biológicamente humano y especifica su individualidad.
Esquemáticamente, la fecundación in vitro (FIV) comprende cuatro fases: a) la primera consiste en estimular la ovulación, a fin de obtener un buen número de ovocitos maduros; b) la segunda, recogerlos quirúrgicamente; c) la tercera, su inseminación en el laboratorio con el esperma debidamente preparado; d) y la cuarta, colocar los embriones obtenidos en la cavidad uterina.
Desde la fecha en que se logró con éxito la inseminación artificial se plantea la cuestión de si este modo de traer un hijo al mundo es moralmente justificable. Es verdad que alrededor de un tercio de las mujeres que recurren a esta técnica logran tener un hijo, pero en la relación entre el número de embriones producidos y el de los efectivamente nacidos, el porcentaje de embriones sacrificados es altísimo y además tanto la investigación como la técnica no parece efectivamente interesada en el derecho a la vida de cada embrión.
Sobre esto hay que seguir afirmando que el fin no justifica los medios y que es una radical injusticia eliminar seres humanos para tener un hijo, puesto que la moralidad de un procedimiento no depende tan solo del resultado final. La dignidad humana consiste en que no somos objetos, sino sujetos; no somos medios, sino fines, pues estamos hechos a imagen y semejanza de Dios (Gen 1,26) y somos además hijos de Dios por adopción (Gal 4,4-7; Rom 8,14-17; Ef 1,5).
Hemos de tener claro que no podemos, sin embargo, estigmatizar o discriminar a otro, aunque haya venido así al mundo. No olvidemos que quien empieza a instrumentalizar la vida humana, quien distingue entre vidas con valor o sin ella, no sólo no respeta la dignidad humana, sino que entra en una cuesta abajo sin frenos.
El problema surge porque ha dejado de creerse que lo que fundaba la universalidad e igualdad de derechos era la participación de todo ser humano en una misma humanidad, mientras ahora tan solo se habla de derechos individuales y particulares, con lo que un ser humano no tendrá un mismo derecho a la vida si se trata de un adulto o un ser todavía no nacido o próximo a la muerte. En pocas palabras, se sostiene que hay diversas categorías de seres humanos y que no todas deben ser protegidas por la ley.
La Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado dos documentos sobre la problemática moral estas cuestiones: Donum Vitae (IDP) en 1987 y Dignitas Personae (IDV) en 2007.
Estas Instrucciones tienen como objetivo salvar el respeto debido a la vida y dignidad que corresponde al embrión o feto humano y establecen el principio: “El embrión humano tiene desde el principio la dignidad propia de la persona” (IDP 5) y merece por tanto el respeto debido a ella, así como: “Todo ser humano debe ser acogido siempre como un don y bendición de Dios. Sin embargo, desde el punto de vista moral, sólo es verdaderamente responsable, para con quien ha de nacer, la procreación que es fruto del matrimonio” (IDV II,1).
Es decir, el matrimonio y la familia constituyen el contexto auténtico en el que la vida humana debe tener su origen, porque el niño no debe ser producido o fabricado en un laboratorio, sino procreado, es decir, el ser humano debe tener un padre y una madre biológicos y ser fruto de una reproducción sexual.
Se trata, por tanto, de la defensa del matrimonio y de la familia, recordando que “el hijo tiene derecho a ser concebido, llevado en las entrañas, traído al mundo y educado en el matrimonio: sólo a través de la referencia conocida y segura a sus padres pueden los hijos descubrir la propia identidad y alcanzar la madurez humana” (IDV II,1).
Doctrina ésta confirmada por la encíclica Evangelium vitae”: “[Las técnicas de reproducción artificial] son moralmente inaceptables desde el momento que separan la procreación del contexto integralmente humano del acto conyugal” (nº 14); y por el Catecismo de la Iglesia Católica: “Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas” (nº 2376).
En pocas palabras, para que surja lícitamente una nueva vida humana tiene que ser dentro del matrimonio y como fruto de él en un acto de amor de sus padres.