Después de cada viaje fuera de Italia, a Benedicto XVI le gusta mucho hacer un balance del mismo en la audiencia general del miércoles siguiente.
Así lo hizo después de la Jornada de la Juventud de Colonia, en agosto del 2005. No lo hizo regresando de Sydney porque fue en julio y en ese mes las audiencias generales se suspenden. Pero el Papa comentó más tarde su viaje a Australia en el discurso dado a la curia romana por los saludos de Navidad del 2008.
Esta vez, de regreso de Madrid, Benedicto XVI ha dedicado la reflexión del miércoles 24 de agosto a su tercera Jornada Mundial de la Juventud.
De esta y de sus anteriores reflexiones, es evidente que Benedicto XVI ve las Jornada Mundiales de la Juventud como un momento relevante de su misión de sucesor de Pedro.
A una simple observación externa estas reuniones mundiales manifiestan también características distintivas, que en Madrid aparecieron con particular notoriedad.
La primera es el silencio. Un silencio prolongado, intensísimo, que irrumpe en los momentos clave, en una marea de jóvenes que hasta inmediatamente antes estaba estallando de fiesta.
El Vía Crucis es uno de estos momentos. Otro aún más impresionante es el de la adoración de la Hostia santa durante la vigilia nocturna. Un tercero es el de la comunión durante la misa conclusiva.
La adoración silenciosa del la Hostia santa es una innovación introducida en las Jornadas Mundiales de la Juventud por Benedicto XVI. El Papa se arrodilla y con él se arrodillan sobre la tierra desnuda cientos de miles de jóvenes. Todos en dirección no del Papa sino de aquel "pan nuestro de cada día" que es Jesús.
La violenta lluvia tormentosa que en Madrid antecedió la adoración eucarística hizo aún más impresionante tal silencio. Y algo igual ha ocurrido en la mañana después, en la misa. La inesperada cancelación de la distribución de la comunión -por razones de seguridad no aclaradas- no produjo desorden y distracción en la muy amplia extensión de jóvenes sino, al contrario, un silencio de compostura e intensidad sorprendente, una "comunión espiritual" de masa sin precedentes.
Una segunda característica distintiva de esta última Jornada Mundial de la Juventud es la edad media muy baja de los asistentes: 22 años.
Esto significa que muchos de ellos han participado de la misma por primera vez. El Papa de ellos es Benedicto XVI, no Juan Pablo II, que conocieron sólo de niños. Ellos son parte de una generación de jóvenes y de muy jóvenes que está muy expuesta a una cultura secularizada. Pero son al mismo tiempo la señal de que las preguntas sobre Dios y los destinos últimos están vivas y presentes también en esta generación. Y lo que mueve a estos jóvenes es precisamente estas preguntas, a las cuales un Papa como Benedicto XVI ofrece respuestas simples y sin embargo fuertemente comprometedoras y atractivas.
Los veteranos de las Jornadas Mundiales de la Juventud estaban en Madrid. Pero sobre todo entre las decenas de miles de voluntarios que se han ofrecido para la organización. O entre los numerosos sacerdotes y religiosas que han acompañado a los jóvenes, y cuyas vocaciones surgieron precisamente en anteriores Jornadas Mundiales de la Juventud. Ya es algo que consistente afirmar que encuentros como este son un vivero para los futuros líderes de las comunidades católicas en el mundo.
Una tercera característica distintiva es la proyección ad extra de estos jóvenes. A ellos no les interesa para nada las batallas internas de la Iglesia para que se modernice al paso con los tiempos. Se encuentran a años luz de las cahier de doléances de ciertos hermanos mayores suyos: por los sacerdotes casados, por las mujeres sacerdotes, por la comunión a los divorciados vueltos a casar, por la elección popular de los obispos, por la democracia en la Iglesia, etcétera, etcétera.
Para ellos, todo esto es irrelevante. A ellos les basta ser católicos como el Papa Benedicto les hace ver y entender. Sin distractores, sin cuentas. Si alto es el precio con el que hemos sido salvados -la sangre de Cristo-, alto debe ser también el ofrecimiento de la vida de los verdaderos cristianos.
No es la reorganización interna de la Iglesia, sino la pasión por la evangelización del mundo lo que mueve a estos jóvenes. El Papa se lo estaba por decir con estas palabras, en el discurso interrumpido por el temporal:
"Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra".