La JMJ de Madrid nos ha enseñado que tenemos una juventud que es muchísimo mejor que lo que normalmente se pensaba. Voy a daros mi impresión sobre lo que yo viví allí.
Creo que el éxito empezó a fraguarse en un hecho que ha pasado relativamente desapercibido: la estancia de los peregrinos extranjeros en los distintos pueblos y ciudades de nuestro país. Ha sido un magnífico calentamiento de motores y unos días de convivencia que han servido para que muchos en nuestro país descubriesen lo que significaba la JMJ y se sintiesen involucrados con ella, mientras para los extranjeros ha sido un modo de conocer alguna parcela de España y pasar unos días muy agradables. Y ya metidos en la JMJ mi primera sorpresa fue que durante el viaje de ida a Madrid, a petición de algunos chavales se rezase el rosario. He hecho muchos viajes con chicos, les he dicho muchas Misas, pero en el autobús nunca había pasado de unas cortas oraciones. Ahí es donde empecé a pensar que me iba a encontrar con algo diferente. A lo que yo había ido a las Jornadas lo tenía muy claro: a echar una mano confesando. Pero ya desde el primer momento me encontré con un Madrid ocupado por más de un millón de jóvenes alegres, bullangueros, felices, patriotas y pacíficos.
Lo de patriotas voy a explicarlo. Casi todos los grupos eran reconocibles por la bandera de su país. Pero era una bandera que saludaba alegremente a las banderas de los otros países, porque todos se sentían cristianos y les servía para revelar su identidad nacional. Era un patriotismo como debe ser: no excluyente de los demás. De hecho una de las cosas que vi hacia el final es que algunos habían intercambiado era su bandera por la de otras naciones. A mí me hizo mucha ilusión ver las banderas de Suecia y Noruega, signo que también allí empieza a haber católicos, pero sobre todo las de Irak, Palestina, Egipto e incluso de la China comunista. Aprecié el esfuerzo de muchos países para mandar gente a Madrid: de Guatemala no recuerdo si fueron seiscientos o novecientos.
Ante los intentos de agresión de los indignados la respuesta fue no contestarles. En uno de mis viajes por el metro, me encontré en una estación totalmente llenos de nuestros jóvenes los dos andenes. En el de enfrente, había una persona de mi edad y cuatro jóvenes gritando: “Menos Religión y más Educación”. Nadie pensó en meterse con ellos, aunque no pude por menos de pensar que unos individuos que se mueven por el odio y tienen eslóganes del tipo: “Las únicas iglesias que iluminan son las que arden” necesitan por supuesto más cultura y más religión. El hecho que en Cuatro Vientos el Samur tuviese mucho trabajo por el calor, pero ni una sola borrachera, muestra que nuestros jóvenes son muy capaces de pasarlo bien, sobre todo si encuentran un ambiente favorable, sin necesidad de alcohol ni drogas.
Y ya que hablamos de Religión me conmovió el silencio impresionante de más de un millón de nuestros jóvenes durante la adoración al Santísimo. Supongo que en aquellos momentos muchos de ellos se preguntaban esto que también los demás tenemos que hacernos: “Señor, ¿qué quieres de mí? Aquí estoy para hacer tu voluntad”.
No he hecho referencia a los sermones del Papa. La razón es que antes de escribir sobre ellos necesito leerlos, madurarlos, reflexionarlos y ver qué os puedo decir sobre ellos.
Y para terminar en el viaje de vuelta se nos estropeó el autobús. Estuvimos dos horas esperando otro. Cuando llegó me fui al conductor del autobús averiado y le expresé mi pesar por el disgusto que tendría encime. Me contestó: “Da las gracias a estos jóvenes por cómo se han comportado en estas circunstancias. Se ve que son buenos chavales”.