He seguido con gran atención todos los actos televisados de la JMJ, en particular los presididos por el Papa. Incluso he participado en alguno preparatorio, como la misa de acogida en mi parroquia de un numeroso grupo de irlandeses, acompañados por el obispo de su diócesis de origen. La celebración eucarística estuvo presidida por el prelado, concelebrando cuatro sacerdotes que venían con los peregrinos, y el párroco. Al final de la misa, la alcaldesa, doña María Rubio, tuvo el hermoso gesto de dirigir unas cordiales y breves palabras de bienvenida, en buen inglés y en español, a los jóvenes de la isla verde, todos ellos alojados en alguna residencia de religiosas y en casas particulares, entre otras muchas en la de la propia alcaldesa. También gozaron de la hospitalidad del pueblo en el que vivo, un grupo de cuatrocientos italianos, acomodados en el polideportivo municipal. Refiero estos datos en contraste con otros que luego diré.
Debo añadir que el espectáculo gozoso de estos días pasados, ofrecido por esa inmensa marea de jóvenes creyentes que inundaron las calles de Madrid, me ha estimulado y rejuvenecido. Me ha recordado mis años de joven de Acción Católica, vividos con gran intensidad y donde enraizó mi fe y mi nunca olvidada adhesión a la Iglesia, pese a los numerosos avatares de riesgo por los que pasé en mi ya dilatada vida. Quizás por ello, me he emocionado visionando algunos actos y manifestaciones. Me resultó especialmente emotivo el impresionante silencio de tantos cientos de miles de jóvenes presentes en la vigilia de Cuatro Vientos, durante la exposición del Santísimo. Fue un silencio absoluto, “ensordecedor”. También me resultó impactante la Eucaristía del domingo en el mismo escenario del viejo aeródromo madrileño, por su cuidada, multirracial y reposada solemnidad. Finalmente, otro acto que sacudió mi fibra sentimental, fue el encuentro del Papa con las monjas y religiosas, por las que siento un especial afecto, contagiado, tal vez, por el cariño que les tenía mi difunta esposa. Afecto extraño, porque tanto ella como yo veníamos de familias donde no floreció nunca una sola vocación sacerdotal o religiosa, ni siquiera remontándonos a los tiempos más lejanos de los que guardábamos alguna memoria. Los ambientes en los que nacimos y crecimos era tierra estéril en materia vocacional.
Hemos visto todo el mundo unos jóvenes alegres, festivos –hasta encantadoras monjas bailonas-, disciplinados, cumplidores con las normas ciudadanas, que no dejaban a su paso rastro de mugre y desorden. Al contrario, transmitían gozo, vitalidad y fervor, un espíritu reconfortante y una gran esperanza de que no toda la juventud está descompuesta como quisieran ciertos gobernantes para mejor manipularla, así como los que han intentado reventar la presencia del Papa en Madrid, esos vándalos que han acosado a empellones, insultos y agresiones verbales a los pacíficos peregrinos. A la postre, cada cual actúa como lo que es, y los “anti” son lo que son, tipos intolerantes y enfurecidos salidos de las madrigueras bermejas que alienta Izquierda Unida, o las rojinegras que encuba algún sector de los “indignados”.
Pero también hay otros “anti” más ladinos, pero no menos tocanarices. Es el caso, por ejemplo, del alcalde socialista de Bustarviejo, en la sierra norte madrileña. Había prometido el párroco cederle el polideportivo para acoger a medio centenar de jóvenes peregrinos franceses, pero muy pocos días antes de la llegada del grupo comunicó al cura que de lo dicho nada de nada. Alegó que no podía dar trato de favor a ninguna expresión confesional, o algo parecido. El párroco le pidió que se lo dijera por escrito, para justificarse ante la organización de la JMJ. El alcalde la envió entonces una larga carta –que alguien me ha prometido hacerme llegar- exponiendo sus “razones” para negar su colaboración a estas jornadas, escaparate espléndido de alcance mundial, no sólo de fe, sino del espíritu abierto y acogedor de Madrid y su región. No obstante, el edil en cuestión prefirió dejar constancia de su actitud sectaria, mezquina y cicatera. De todos modos, los jóvenes franceses no se quedaron tirados en la calle. El párroco logró acomodarlos en un colegio de religiosas de la vecina localidad de Miraflores.
Finalmente, si tuviera que resumir en pocas palabras toda la catequesis del Papa en tan intensas y apretadas jornadas, recurriría a una de sus frases más impactantes: “No os dejéis intimidar por un entorno que pretender excluir a Dios” del medio social. “No os avergoncéis”, dijo en otro momento, de testimoniar vuestra fe. Benedicto XVI vino a decirles a los jóvenes, algo parecido a lo que ya les propuso su antecesor, el beato Juan Pablo II: “No tengáis miedo”. En efecto, quien cree en Cristo, tiene la verdad y la fuerza de la vida en sus manos.