Los “anti” Papa han conseguido de la delegación del Gobierno de Madrid permiso para manifestarse en el corazón de la capital de España, hasta concluir en la mismísima Puerta del Sol. Nada nuevo que nos pueda extrañar. Después de todo, los que quieren montar el número contra la JMJ no son tan diferentes de los gobernantes que todavía nos desgobiernan. Esperemos que ya por poco tiempo. Como mucho hay un pequeño matiz de color entre unos y otros, pero siempre dentro de los tonos cálidos de la paleta cromática.
A esta magna muestra de tolerancia y respeto ciudadano se han adherido no se cuantas asociaciones afines, la gran mayoría de las cuales no van más allá de reunir un ejército de cuatro soldados y un cabo, es decir, una escuadra, de acuerdo con el viejo organigrama de la fiel infantería. Esos cuatro soldados y el cabo que según las noticias de Unión Radio se pasaban todos los días de los franquistas a los rojos durante la guerra civil. Aunque entonces era un mocoso, me acuerdo bien de aquellos famosos partes de guerra. ¡No pasaran! Como los alemanes más tarde. De victoria en victoria, hasta la derrota final.
Si uno repasa, bien sea a vuelo de pájaro, la lista del enorme número de “abajo firmantes” de la convocatoria anti-papa, encuentra en ella algún que otro grupo que se presenta como “jesusita” –no confundir con los jesuitas-, seguidores, según dicen, de Jesús de Nazaret, pero raramente expresan su seguimiento al Jesús-Cristo de la Cruz. Ahí están, porque no podían faltar en follones de esta género, “colectivos” tan ortodoxos y conocidos como Redes Cristianas o Cristianos de Base (de base marxista, se entiende) que “mutatis mutandi”, vienen a ser lo mismo si no son los mismos. Su lenguaje es tan semejante al de Izquierda Unida, que no hace falta ser ningún Plinio, el sabueso guardia municipal de Tomelloso que creara García Pavón, para advertir que todos van cogiditos de la mano, sobre todo cuando se trata de dar caña a la Iglesia.
Los anti-visita del Papa apoyan su protesta en argumentos falaces y embusteros, muy propio de su estilo. Hablan del enorme costo público (de dinero público) que supondrá este acontecimiento religioso, a sabiendas que aportará beneficios al comercio de Madrid, al transporte, al turismo y a la imagen de esta comunidad, si ellos no se encargan de enguarrarla. De nada han servido las explicaciones del cardenal Rouco y con él las de los organizadores del evento. Los anti a lo suyo. Erre que erre contra el Papa y la Iglesia. Que serán necesarias grandes medidas de seguridad para evitar cualquier tipo de altercado. Natural.
Es lo mínimo que debe hacer un gobierno para garantizar la paz pública. ¿Qué eso tiene un coste? Desde luego. Pero no mayor que el que pueda suponer la celebración un partido de fútbol de alto riesgo, y muchísimo menor si en lugar de un solo partido hablamos de toda una competición, o una olimpiada, o la misma vuelta ciclista a España, o un festival de música roquera como el de Benicásim, etc., etc. Allí donde se da una concentración de masas, se requiere una presencia proporcionada de fuerzas del orden.
Que esa movilización de guardias tiene un coste, nadie lo discute. Mas para eso pagamos impuestos, seamos o no afectos al acontecimiento que ha ocasionado el gasto. Pero estas consideraciones o cualquier otra que se les haga en un diálogo reflexivo, les tienen sin cuidado a los “anti”. Son de piñón fijo. Y su fijación está en el Papa, en la Iglesia y en lo ortoxamente cristiano.