En una de las imágenes más elocuentes y eucarísticas, y precisamente en la sobremesa de su última cena, Jesús dice que, separados de Él, no podemos hacer nada que tenga fruto de vida eterna; y que el sarmiento seco ha de cortarse y arrojarse al fuego para que arda (cf. Jn 15, 5-6). Por un lado, el sarmiento no puede vivir sino en la vid, y por otro la vid no puede mantener consigo al sarmiento que se ha necrosado. Suele ser así con los organismos vivos; la amputación es una tragedia dolorosa que a veces se hace indispensable para que el cuerpo mismo siga vivo. Fue así como San Pablo ordenó la primera excomunión de la que tenemos noticia en la historia de la Iglesia, tal como aparece en su primera carta a los corintios, a quienes tuvo que recordar que “un poco de levadura fermenta toda la masa” y que, si se actúa tajantemente, es precisamente para procurar salvación (cf. I Cor 5, 1-8).

La Cuaresma viene cada año a recordarnos que nos vale más entrar en la Vida amputados de ojos, manos, pies, relaciones inadecuadas, diversiones, artefactos tecnológicos o lo que sea, antes que ser arrojados al fuego de la muerte eterna con todo nuestro follaje. Se trata de un razonamiento radical evangélico que vale igual para el cuerpo eclesial que para una comunidad concreta o la vida misma de un simple cristiano. No se celebra la Pascua conservando las casas, las costumbres, los ajos y las cebollas de Egipto, por muy connaturales que nos resulten; hay que separarse del régimen del Faraón; es preciso salir, escindirse de todo lo que amenaza con convertir nuestra vida en una muerte. Se trata de un cisma doloroso, que paradójicamente nos salva.

Hay quien dice que el PP es el PSOE con unos cuantos años de retraso. Y la verdad es que es para pensarlo, cuando se comprueba que el mismo partido que recurre una ley abortista como inconstitucional acaba por considerarla válida, una vez sentenciada así por un tribunal que ha cambiado de mayorías, trece años después. Pero ¿qué le sucedería a la Iglesia si considerase sinodalmente laudable lo que la Vid señaló tumoral y gangrenoso? Porque la Iglesia no puede ser lo mismo que el mundo con unos años de retraso. Dejaría de ser ella misma. Su savia porta Vida eterna, y allí donde ya no riega, porque se ha necrosado y ni siquiera anhela sanarse, el cisma es un hecho al que simplemente hay que ponerle el nombre; desgraciadamente es así, pero por salud y nitidez evangélica.

La comunión con las células muertas es letal para la vida del cuerpo. La caridad con el viviente exige la más absoluta y radical separación de todo lo que le mata. Y el que nos reunió en un solo Cuerpo, dándosenos como alimento, aceptó que incluso sus más íntimos se le pudieran marchar por estimar duro su lenguaje (cf. Jn 6, 60-67). Entremos en el quirófano de esta nueva Cuaresma, dispuestos a amputar lo que sea necesario, porque nada es más importante que vivir como la Pascua hará posible: plenamente y para siempre.