Una de las mejores cosas que tiene la Semana Santa es que el atracón de espiritualidad católica que uno se da puede rumiarlo pasada la misma, durante este gozoso Tiempo Pascual. Es lo propio de las ovejas ¿no?: rumiar. Como cada Viernes Santo, nuestra Madre la Iglesia nos propone en la liturgia la proclamación del Salmo 21, cuyo estribillo dice: "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?"
Kiko Argüello -que recientemente ha superado la covid-, iniciador del Camino Neocatecumenal con Carmen Hernández, puso música a este salmo ya hace bastante tiempo, añadiéndole delante las palabras de dicha frase en hebreo "Elí! Elí! Lemá sabactaní?", tal como se recoge en el Evangelio. Este Viernes Santo me ha tocado cantarlo en mi parroquia.
El Salmo 21 se recita en los Oficios del Viernes Santo justo después de la proclamación de 4º canto del Siervo de Yavé, en el que Isaías afirma que ese siervo sufriente, figura de Jesucristo, no abría la boca, como cordero llevado al matadero. Pero resulta que es tras su proclamación cuando se nos propone el Salmo 21, oración que Cristo pronunció abriendo la boca tras ser clavado en la Cruz. Yo en este Viernes Santo he relacionado este salmo directamente con el magnífico artículo aparecido en ReL sobre Dietrich Von Hildebrand y la crítica que este importante filósofo hace sobre la consideración del sentimentalismo como criterio fundamental para encontrar la verdad: la verdad va más allá del sentimiento, y sólo a veces éste la alcanza.
El "¿Por qué me has abandonado?" es el inicio del salmo, que continúa diciendo: "¡Qué lejos te siento de mis gritos! De día clamo y no respondes, grito de noche y no hay consuelo para mí".
Esa es una de las claves para entender lo que Cristo está diciendo en la Cruz: se siente abandonado, no escuchado… Pero ¿es realmente eso lo que está sucediendo? Sí, pero sólo en parte: que Dios calle no significa que no sea, porque Yo Soy es eterno.
Veamos cómo continúa la oración: "Más tú Señor, eres el Santo, tú que vives en medio de tu pueblo. A ti clamaron nuestros padres y tú les ayudaste, en ti confiaban y nunca fueron confundidos. Entonces yo, ¿por qué no me ayudas? ¿Acaso no soy un hombre? Eso soy yo: soy un gusano. Desprecio de la gente, asco del pueblo… ¡Anunciaré tu Nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te cantaré! Los que a Yavé teméis, dadle alabanza. ¡Raza de Jacob, glorificad a Yavé! ¡Temedle, pueblo de Israel! Por que Él ha sido el único que no ha tenido asco de este pobre, ni ha desdeñado la miseria de este mísero… ¡Por eso yo ahora sé que los pobres vivirán! ¡Los pobres comerán, comerán, serán saciados! ¡Los que buscan a Yavé lo encontrarán!"
Cristo se siente abandonado, pero proclama que Dios no le desprecia, que no está en la Cruz porque a Dios le dé asco, sino más porque da asco a los demás que, confundidos, abotargados, no saben lo que hacen. Es decir: va más allá del sentimiento porque considera que el sentimiento no es la fuente de la Verdad, sino Dios, que le pone la Verdad de su amor en el corazón.
Cristo tiene en su corazón la certeza, más fuerte que el sentimentalismo que le embarga, de que su Padre no le abandonará en la muerte, como dice otro salmo: "Porque no abandonarás mi vida en el sepulcro, ni dejarás que tu santo experimente la corrupción" (Sal 16 [15]).
¿Qué puede tener que ver -en mi opinión- este Salmo 21 con nuestra vida? La Revelación que nos llega a través de la Palabra de Dios en este Salmo 21 nos plantea que el sentimiento ante la adversidad no es lo definitivo, es decir, que uno se sienta atribulado ante la enfermedad que puede conducirle a la muerte no es lo definitivo, porque la Vida Eterna existe, Cristo ha vencido la muerte y la muerte, como en el caso de Cristo, es un paso más, el último, a la entrada en la vida inmortal.
El salmista, no obstante el desagarrador panorama que el salmo dibuja, que parece una foto de lo que le pasará al Hijo de Dios, ve aparecer en su corazón la certeza de que su Padre lo ama y no le ha abandonado, aunque sea eso lo que sienta. Esa certeza es más fuerte que sus sentimientos, más fuerte que la muerte. Por extensión a nuestros tiempos en relación con la ideología de género, el Salmo 21 puede considerarse que está sugiriendo a alguien con sexo masculino que se sienta mujer, que no se deje llevar por ese sentimiento -sobre todo atendiendo a lo que le dice la irrefutable realidad científica de su sexo- porque tomar una decisión arrobado por el sentimentalismo puede inducirle a cometer un error. El Salmo 21, que es Palabra de Dios, dice que lo correcto no es lo que sientas.
El Salmo 21 desvela, a mi modo de ver, de dónde proviene en última instancia la propuesta de Von Hildebrand sobre advertir que el sentimentalismo no es la mejor vía para alcanzar la verdad, ante todo en ciertas situaciones extremas a las que uno se puede enfrentar en la vida. Los ejemplos que este autor pone en relación al comportamiento de los socialismos de Hitler o Stalin no puede ser más elocuente y más científico: ninguno de ellos -ateos y materialistas- ni de los genocidios que perpetraron, tenían motivo científico alguno. Hicieron lo que pensaron, pero llevados no por la razón científica sino por el sentimiento. Si hay algo que hoy impere en nuestra sociedad desacralizada y descristianizada es el sentimentalismo, del cual uno sólo se puede liberar mediante oraciones a Dios como el Salmo 21.
¡Resucitó!