La inseminación artificial consiste en que se recoge esperma del hombre, se prepara mediante una serie de procedimientos de laboratorio para mejorar la calidad de los espermatozoides, y se introduce en las vías genitales de la mujer
Desde que es posible la fecundación artificial, el hacerlo con semen de tercera persona aparecía como una variedad del adulterio, si bien es cierto que la injuria a la fidelidad es mucho menor y por ello algunos le llaman "adulterio casto". Pero no deja de ser algo reprobable por la razón de que es propio y peculiar de la institución misma del matrimonio el derecho exclusivo de los cónyuges al cuerpo del otro y a ser padre y madre el uno a través del otro, y este derecho no puede ser cedido a una tercera persona, tanto más cuanto que en el donante se da una total disociación entre lo biológico y lo humano. Pues no es justificable moralmente la actitud de aquel o aquella que voluntariamente contribuye directamente a poner en el mundo un nuevo ser humano, para inmediatamente desinteresarse de él y abandonarlo. Sin olvidar, además, que los donantes anónimos abren la posibilidad de que los hermanastros biológicos se desconozcan y que, incluso por ello, puedan llegar a contraer matrimonio.
En cuanto a los problemas que plantea la fecundación y gestación en laboratorio, está claro que cuando se producen así seres humanos, se comete una injusticia con ellos, porque se les está tratando como si fueran cosas. El grado de inmoralidad es mayor cuando los hijos son producidos quebrando la realidad del matrimonio o completamente al margen de ella, lo que no impide que haya que salvar su vida y dignidad, teniendo en cuenta que “nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente” (instrucción Donum Vitae, Introducción, nº 5, citaremos IDV), por lo que cualquier intervención científica o médica que destruya, de hecho o deliberadamente, vidas humanas concretas, se deslegitima automáticamente.
“El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción” (IDV I,1), no debiendo, por tanto, ser producido o reproducido en el laboratorio, sino procreado en la unión interpersonal de los esposos, pues es prepotencia producir a sus semejantes, traerlos a la existencia, e, incluso, diseñarlos y seleccionarlos entre otros para utilizarlos según determinados intereses.
Es decir, para el Magisterio, todo ser concebido, incluso en el marco ilícito de la fecundación in vitro, debe ser respetado en su dignidad y en su derecho a la vida, por lo que está prohibido sacrificarle, aunque sea para curar a otro. Éste es el gran principio en el que se basa la moral católica en estas cuestiones. Hay que tener cuidado, porque hay quien está intentando utilizar el término persona no ya como confín entre el universo humano y el no humano, sino de modo discriminatorio, dentro del ser humano, entre una fase u otra de su desarrollo, realizándose además con los embriones in vitro pruebas, controles y modificaciones como si se tratase de un producto de laboratorio para uso científico e incluso comercial.
Es indudable que el investigador científico ha de tener clara la idea de que él no puede sin quebrantar la ley moral tratar a los seres humanos ya concebidos como si se tratase de meros objetos. “El embrión humano tiene desde el principio la dignidad propia de la persona” (instrucción Dignitas Personae, nº 5, citaremos IDP) y merece el respeto debido a ella, pues no es un potencial ser humano, sino un ser humano con potencialidad de desarrollo, y por tanto no es una cosa ni un mero agregado de células vivas, sino el primer estadio de la existencia de un ser humano. Todos hemos sido también embriones. Por tanto, no es lícito quitarles la vida ni hacer nada con ellos que no sea en su propio beneficio. No todo lo que es técnicamente posible es moralmente admisible.
Con el diagnóstico preimplantatorio se establece un criterio eugenésico que consiste en escoger y seleccionar para implantarlos los embriones sanos, destruyendo los otros. Realizado el diagnóstico se decide su transferencia al útero si es favorable, su eliminación si es desfavorable.
Para el entonces cardenal Joseph Ratzinger, el derecho humano por antonomasia es precisamente el de no convertirse en un medio, sino mantener la dignidad intacta. La valoración del embrión humano en sus primeras etapas de desarrollo, como miembro de la especie humana, queda vulnerada al ser sometida a fines de investigación y experimentación. Por ello no es aceptable la selección de embriones con fines terapéuticos, incluso para curar una enfermedad congénita, proporcionando al enfermo un hermano que le pueda ayudar con su material biológico a curarse. Es una técnica que supone el sacrificio directo de multitud de embriones que no sirven para lo que se pretende.
Además de este problema ético de la eliminación de los embriones no idóneos, pues “es gravemente inmoral sacrificar una vida humana para finalidades terapéuticas” (IDP, nº 30), la técnica supone también una instrumentalización éticamente inaceptable de los llamados bebés medicamento o bebés de diseño, “nacidos para” curar a su hermano: el ser humano es un fin en sí mismo, no un mero medio.
Con la manipulación, un ser humano convierte a otro en su criatura, no procedente ya del misterio del amor, sino como un producto industrial destinado a la esclavitud. O bien de lo que se trata es de utilizar los embriones como material biológico a fin de intentar curar enfermedades graves de adultos, siendo para un investigador muy fuerte la tentación de utilizar embriones humanos en estas terapias, aunque la investigación esté todavía en sus primeros pasos. No hay duda que en la sociedad se está “cosificando” al embrión humano preimplantado y se crea un ambiente social favorable a la aceptación de estas prácticas.