El presidente del Gobierno ha tenido a bien anunciar la celebración de elecciones generales para el día 20 de noviembre, fecha emblemática donde las haya en el calendario nacional. Tal día como ese, fue fusilado en la cárcel de Alicante, tras ser condenado a muerte por un tribunal “popular”, o sea, de fecinerosos, el fundador y jefe nacional de Falange Española, José Antonio Primero de Rivera, 75 años hará ya. También en semejante fecha de 1975, moría en la cama, de una neumonía, el general Franco, al que llamaban Caudillo muchos –o sus hijos- de los que ahora reniegan de él, después de gobernar España con mano firme durante 39 años.
Yo no sé, desde luego, como no lo sabe el grueso de la plebe a la que me honro en pertenecer, si la opción por esta fecha tiene alguna intención oculta, o se trata de una mera casualidad, aunque teniendo en cuenta el “talante” sectario, demagogo y revanchista del personaje, podemos temernos siempre lo peor, en especial conociendo al candidato designado por ZP en unas primarias de aspirante único, bonita fórmula para disimular el dedazo.
Pero el 20 de noviembre, o en sus aledaños, no se conmemorara únicamente los aniversarios fúnebres mencionados, sino que en esas fechas de 1938, se daba por concluida la terrible batalla del Ebro, con la derrota total de las tropas atacantes. El 25 de julio de ese año, un ejército de cien mil combatientes “republicanos”, bien armados pero la mayoría poco o nada aguerridos, cruzaron el río por varios puntos en la gran curva que forma el Ebro entre Mequinenza a poniente, y Amposta a levante, en una línea de unos 50 km. de longitud. Mandaba tan formidable fuerza, la mayor reunida en toda la guerra civil, el antiguo sargento de la Legión, ascendido a teniente coronel de milicias, Juan Modesto (Juan Guilloto León). En él figuraba la flor y nata de los mandos milicianos, tales como Tagüeña, Lister, el Campesino, etc., y como jefe del Estado Mayor, el competente general Vicente Rojo, uno de los pocos militares de carrera que habían quedado vivos en la España del Frente Popular. Después de casi cuatro meses de encarnizados combates en las sierras de Pandols y Cavalls, Fayón, Gandesa, Cherta, etc., el 16 de noviembre Modesto abandonaba las últimas posiciones al sur del caudaloso río, en Ribarroja de Ebro, que eran ocupadas, dos o días después, por unidades del general Yagüe. Las tropas de Franco no sólo habían logrado frenar la embestida inicial de las huestes atacantes, sino que restablecieron la línea inicial de aquel frente, con los nacionales, triunfantes, en la orilla sur de la corriente, y las maltrechas y desmoralizadas tropas populares, en la del norte. El fracaso absoluto de aquella batalla, la más épica y sangrienta de toda la guerra civil, más, incluso, que la de Teruel, en el invierno de 1937-38, anunciaba la derrota final de la República, ya convertida en sucursal soviética pero herida de muerte.
La batalla del Ebro ocasionó unos 4.500 muertos al bando nacional, y entre diez mil y quince mil al bando republicano, uno de ellos mi tío José Guillamón, hermano de mi madre, soldado de remplazo, que dejó viuda y dos huérfanos, aproximadamente, algo más y algo menos, de mi edad.
Como los guerracivilistas de ahora son maestros, mediante la revisión de los hechos a través de la “memoria histórica”, en convertir las derrotas en carburante del revanchismo, no sería de extrañar que ZP haya elegido el 20-N para los comicios, no de manera inocente, a fin de que su candidato pueda sacarse de la chistera un conejo sorprendente a ver si consigue darle la vuelta, con malas artes, a los pronósticos electorales. No sería la primera vez, aunque tratándose de Rubalcaba, sólo podrá ser un conejo mixomatoso.